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La inteligencia y la muerte

Por Jesús Rodríguez Barrio. Activista de La Comuna

Hace unos días se ha conocido la noticia de que el Ayuntamiento de Madrid tiene el proyecto de instalar en la Plaza de Oriente una estatua que representa a un soldado de las fuerzas coloniales de la Legión Extranjera que fundó el Teniente Coronel Millán Astray en el año 1920.

Por lo que sabemos de la estatua, parece que le faltará un elemento imprescindible para entender el significado de la fuerza militar colonial que fue creada para luchar en las guerras que mantuvo el ejército africano español contra los nativos de la colonia de Marruecos. Nos referimos, naturalmente, a "la cabeza del moro" con la que los soldados coloniales de la Legión gustaban de adornar sus bayonetas en las exhibiciones y celebraciones militares que tenían lugar con motivo de la visita de relevantes autoridades militares. Así lo atestiguan múltiples testimonios, algunos tal solventes como el de Miguel Primo de Rivera, dictador al servicio de la monarquía del rey Alfonso XIII. Y más aún (porque una imagen vale más que mil palabras) lo prueban los testimonios gráficos de aquellas exhibiciones que han llegado hasta nuestros días. El culto a la muerte (la de otros, naturalmente) fue, desde el principio la principal seña de identidad de la fuerza colonial de la Legión Extranjera en el ejército africano español.

La inteligencia y la muerte

Soldados de la Legión extranjera sosteniendo cabezas de rifeños como objetos de trofeo. Foto publicada por Jacques Roger-Mathieu en 'Las memorias de Abd El Krim' (1926).

Todo ello no pudo impedir el Desastre de Annual (cuyo centenario se va a cumplir este año) con el cual el ejército africano español pasó a la historia por la mayor derrota que un ejército colonial haya sufrido nunca. La investigación posterior, recogida en el Expediente Picasso  reveló también que el ejército africano español había alcanzado unos niveles de incompetencia y corrupción completamente insuperables por ninguna otra fuerza militar

El culto a la muerte del ejército africano se vio complementado en años posteriores por el uso de las armas químicas (el bombardeo con iperita o gas mostaza). Armas que utilizó el ejército colonial español contra los nativos del Rif a pesar de estar ya prohibidas por todas las convenciones militares internacionales en aquellos años. Así recogía por escrito esta experiencia quien más tarde sería Caudillo de España y entonces tenía rango de comandante dentro de las fuerzas legionarias del ejército africano:

"A los pocos momentos las bombas de los aeroplanos suenan en la barrancada y su negro humo asoma detrás de los peñascos... Un aeroplano describe sobre la posición pequeños círculos, y con gran precisión deja caer sus bombas entre las murallas... Otro aparato deja caer bombas que levantan negras humaredas" (Comandante Francisco Franco, Diario de una Bandera, edición de 1922).

Las vergonzosas y humillantes derrotas militares sufridas en la guerra de África (y las de varios siglos anteriores) pudieron ser lavadas prontamente en las guerras que emprendieron en la década de 1930 las fuerzas coloniales de la Legión contra los nativos españoles, utilizando los mismos métodos de la guerra colonial que anteriormente habían utilizado contra los nativos rifeños.

La primera ocasión fue en 1934, en la Guerra de Asturias. "Una noche, los legionarios se llevaron en una camioneta a veintisiete trabajadores, sacados de la cárcel de Sama. Sólo fusilaron a tres o cuatro porque, como resonaban los tiros en la montaña, pensaron que iban a salir guerrilleros de todos aquellos parajes y ellos correrían peligro. Entonces procedieron más cruelmente, decapitaron o ahorcaron a los presos, y les cortaron los pies, manos, orejas, lenguas, ¡hasta los órganos genitales! A los pocos días, uno de mis oficiales, hombre de toda mi confianza, me comunicó que unos legionarios se paseaban luciendo orejas ensartadas en alambres, a manera de collar, que serían de las víctimas de Carbayín". (Paul Preston, El Holocausto Español, recogiendo una conversación entre el general Eduardo López Ochoa y Juan Simeón Vidarte, entonces vicesecretario general del PSOE. Recogido aquí.

Pero estas gloriosas gestas, y otras similares que tuvieron lugar en la Campaña de 1934, quedaron rápidamente empequeñecidas por las alcanzadas en la Guerra de España, entre 1936 y 1939, formando parte del ejército rebelde que dirigía el General Franco contra el gobierno legítimo de la República Española, un gobierno al que los golpistas habían jurado lealtad y obediencia.

"Partiendo de Sevilla, el Ejército de África conquistó pueblo tras pueblo, dejando en su avance una horrible estela de matanzas a sus espaldas. En una villa tras otra, las tropas ocupantes violaron trabajadoras y saquearon sus casas. Soldados moros y legionarios vendiendo radios, relojes de pared y de pulsera, joyas e incluso muebles se convirtieron en un espectáculo común por el camino" (Paul Preston, La Guerra Civil Española, Debate, p. 131).

Entre todas ellas, destaca la heroica gesta que las fuerzas militares africanas llevaron a cabo en la plaza de toros de Badajoz: "A las cuatro de la mañana los introdujeron en la plaza por la puerta donde las cuadrillas inician el paseíllo en las corridas de toros. Les esperaban las ametralladoras. Después de la primera noche, se calculaba que en el extremo más alejado de la plaza la sangre había penetrado a un palmo de profundidad en el suelo. No lo pongo en duda. Mil ochocientos hombres - había también mujeres – murieron allí en poco más de doce horas. Hay más sangre de la que parece en mil ochocientos cuerpos" (testimonio del periodista norteamericano Jay Allen, corresponsal del Chicago Tribune, recogido en Paul Preston, La Guerra Civil Española, Debate, pp. 131-132).

Los historiadores de la Guerra de España han documentado ampliamente otras gloriosas hazañas de las fuerzas coloniales de la Legión y el ejército africano en su lucha contra los nativos españoles que se resistían a ser conquistados, por lo cual no insistiremos en su relato. Pero sí parece conveniente recordar un episodio que, a pesar de ser incruento, ha pasado a la historia por su tremendo simbolismo como representación de lo que significó el triunfo de la barbarie fascista en la Guerra de España. Uno de los momentos estelares de la historia de la Legión, probablemente el más célebre por su contenido ideológico y su repercusión mundial, tuvo lugar el 12 de octubre de 1936 cuando el jefe del Departamento de Prensa y Propaganda de los rebeldes franquistas, el legionario Millán Astray, fascista y fundador de la Legión en 1920 (cuya calle ha sido recientemente recuperada por los jueces de Madrid con el disparatado e imposible argumento de que no participó en la guerra civil) realizó una encendida defensa de la violencia y la muerte en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, que finalizó con el tradicional grito legionario de "¡Viva la muerte!". Cuando el filósofo y rector Miguel de Unamuno le reprochó su actitud, el legionario respondió "¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña son dos cánceres en el cuerpo de la nación!. El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos". Como, tras tan amigable y pacificadora proclama, Unamuno volvió a recriminarle su sed de sangre, Millán Astray terminó por completar el ideario de las fuerzas legionarias, a las que él representaba, con el ya famoso grito de "¡Mueran los intelectuales!". Perfecta síntesis de la barbarie y la violencia fascista contra la vida, la cultura y el pensamiento libre, cuyo máximo exponente fue la Legión en la Guerra de España.

Entonces Unamuno, hombre católico y de pensamiento político muy conservador, supo estar a la altura del momento histórico que estaba viviendo: "¡Este es el templo de la inteligencia!... Vosotros estáis profanando su sagrado recinto... Venceréis... pero no convenceréis... porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha" (Paul Preston, La Guerra Civil Española, Debate, pp. 225-226).

Los restos de más de cien mil personas, exterminadas por los fascistas en los años que siguieron al final de la guerra, permanecen en el día de hoy en las fosas repartidas por toda la geografía de nuestro país. La muerte real y la muerte de la inteligencia fueron, como deseaba el legionario Millán Astray, la consecuencia del triunfo del fascismo en la Guerra de España.

Ahora, el Ayuntamiento de Madrid, quiere recordar a los madrileños la omnipresencia de la muerte en la historia de nuestro país con la figura de un soldado de aquellas fuerzas coloniales que se cubrieron de gloria repartiendo la muerte por los campos y ciudades de África y España. Y la quiere colocar justamente enfrente del teatro de la ópera de Madrid. La muerte vuelve al templo de la cultura, como aquel 12 de octubre de 1936.

 

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