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La impotencia y el vacío

Más que rabia, la sensación que muchos ciudadanos experimentaron el miércoles pasado, cuando Zapatero anunció su plan de ajuste, fue de impotencia. El mensaje desalentador que se trasladaba desde el Congreso de los Diputados era –simplificado en extremo– el siguiente: la democracia es un espejismo, los gobiernos que el pueblo elige tienen las manos atadas, los verdaderos gobernantes son un selecto olimpo de dioses que, bajo la denominación de "los mercados", rigen a su capricho el destino de 6.000 millones de seres humanos. Los líderes ya no hablan de refundar el capitalismo. No sólo han retomado el frío lenguaje del neoliberalismo, sino que el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha salido de su estado de hibernación para imponer, este vez en Europa, las recetas de austeridad de infausto recuerdo que aplicó en los años setenta en América Latina.

El problema de fondo estriba en que ese fenómeno que algunos denominan con orgullo "la globalización" lo ha sido sólo para los capitales, que hoy se mueven por el mundo a una velocidad de vértigo en busca de rendimientos rápidos y elevados, fuera del control de gobiernos e instituciones internacionales. La economía mundial se ha convertido en un gran casino: el mercado de los derivados (opciones y futuros) asciende a cerca de mil billones de dólares, suma que multiplica por 16 el PIB anual de todos los países del planeta. El comercio diario de divisas alcanza los tres billones de dólares, el 80% en operaciones especulativas, según el cálculo de expertos. Y ahora que ese casino ha estallado, no aparecen por ningún lado los responsables. No existe un gobierno mundial que les pida cuentas. No hay un tribunal internacional que los juzgue por los daños ocasionados a la humanidad. Peor aún: los damnificados pagan los platos rotos mediante ajustes presupuestarios y planes de rescate que se presentan desde las alturas como inevitables para salvar el sistema.

Este debería ser el momento para los grandes líderes. Pero no los hay. Los mercados imponen su ley. Todo cuanto hacen los dirigentes políticos es intentar "calmarlos", saciar su voracidad infinita, a la espera de que lleguen los anhelados "brotes verdes". No se escuchan propuestas novedosas, atrevidas. Es el vacío.

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