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Homofobia

Cierta derecha no acaba de digerir el avance que ha experimentado en España el colectivo homosexual en materia de derechos civiles. Se ha mostrado especialmente agitada estos días, coincidiendo con el quinto aniversario de la aprobación del matrimonio gay y con la celebración de la parada anual del Orgullo, en la que cientos de miles de personas –muchas de ellas heterosexuales– se echaron a la calle para reivindicar festivamente el derecho a la libertad sexual.

Lo llamativo del caso es que algunos prestigiosos exponentes de esa derecha ideológica pretenden pasar por personas tolerantes y argumentan que el problema no es la homosexualidad en sí. El problema, arguyen, es que se les haya concedido el derecho de contraer matrimonio, expresión que, a su juicio, se debería reservar sólo a la unión "natural" entre el hombre y la mujer. Algunos intentan justificar su posición con razonamientos filológicos. "Que se unan si quieren, a mí me da lo mismo, yo no tango nada contra los gays, incluso tengo amigos homosexuales, pero, ¿por qué no le ponen otro nombre a esa unión?", dicen. También consideran un problema la estética de la Fiesta del Orgullo, que ven "denigrante" para los propios homosexuales. Sostienen que gays ilustres y cultos como Oscar Wilde jamás hubieran acudido a semejantes "saturnales".

Pamplinas. En el fondo de todo ese andamiaje argumental se esconde un sentimiento de homofobia pura y dura. ¿Por qué les inquieta que los gays hayan obtenido el derecho a casarse y fundar una familia? ¿Acaso temen que se venga abajo su universo moral porque los homosexuales adquieran la condición de ciudadanos plenos?

Tampoco se comprende tanta irritación porque los homosexuales celebren una vez al año un fiesta ruidosa y desinhibida, que, en desenfreno, no llega a los tobillos del muy turístico y socialmente admirado Carnaval de Río. A juzgar por la intensa biografía de Oscar Wilde, es probable que hubiera asistido a la Fiesta del Orgullo. Y es probable también que algunos que hoy lo invocan como ejemplo de homosexual "serio" –ya se sabe, en contraposición con "los maricones de mierda"– no hubieran movido un dedo por él cuando fue condenado en 1895 a dos años de trabajos forzados por "indecencia grave" en la opresiva Inglaterra victoriana.

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