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García Albiol como síntoma

Xavier García Albiol, un político al que sólo se conoce por su discurso xenófobo y racista, es desde el sábado pasado alcalde de Badalona, la tercera ciudad más poblada de Catalunya. No ha llegado a tan importante cargo a lomos de una formación advenediza de ultraderecha, como el Frente Nacional en Francia, sino en representación del Partido Popular, uno de los dos principales partidos de ámbito estatal, y con el invaluable apoyo de CiU, la organización política con más peso en Catalunya.

Algunos politólogos sostienen que el sistema tradicional de partidos, sobre todo cuando es de marcado carácter bipartidista, ofrece al menos una ventaja práctica en materia de prevención de riesgos para el sistema, y es que la propia mecánica de selección y promoción en los aparatos políticos actúa como filtro contra la irrupción de "aventureros". Quien pretenda desafiar los valores comunes de convivencia –aducen estos defensores de las bondades de los engranajes políticos– lo tendrá difícil en la medida en que deberá actuar desde los márgenes, en general con escasas posibilidades de éxito. García Albiol no ha tenido que operar desde los márgenes. No ha debido montar un movimiento propio para alcanzar su meta. A diferencia de otros países europeos, en España existe un partido central del establishment que da cabida, y promociona, a individuos que fomentan el odio contra el inmigrante o que alaban sin complejos una dictadura feroz que se alineó con Hitler y Mussolini. Lo que en teoría iba a ser la gran virtud del PP –asimilar a la extrema derecha y convertirla sinceramente a la democracia– sigue siendo su lastre para homogeneizarse con el resto de formaciones de centro derecha europeas.

Pudo evitarse que García Albiol se convirtiera en alcalde de Badalona: un pacto de los demás partidos. Pero CiU se opuso en el último momento. A cambio de varias contraprestaciones políticas, el grupo nacionalista ha permitido que un racista y xenófobo gobierne la tercera ciudad catalana. Son estas maniobras, entre otras cosas, las que dan argumentos a los indignados para reclamar una democracia real y desconfiar de un sistema que dice representarlos.

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