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La "felicidad" que prometió Rajoy

Días antes de las elecciones generales, Mariano Rajoy se comprometió a "devolver la felicidad" a los españoles apenas llegase a la Moncloa. Transcurridos 50 días de su toma de posesión, el paraíso no llega. Todo lo contrario: ayer, en su primera comparecencia ante el Congreso, el presidente describió un horizonte bastante sombrío y anunció que las ya

terribles cifras de empleo, lejos de mejorar, empeorarán en 2012. Estas declaraciones suponen un descarado reconocimiento de que la reforma laboral que el Gobierno prevé aprobar mañana viernes no sólo será incapaz de crear empleo, sino que ni siquiera logrará contener la actual destrucción de puestos de trabajo. Y a nadie debería sorprender que así sea. Porque el problema al que se enfrenta en estos momentos España no es el de la supuesta rigidez del mercado laboral, sino la combinación de un modelo productivo en declive y la falta de estímulos a una economía basada en la demanda. En lugar de defender en Europa unas políticas más expansivas o buscar fórmulas para que el dinero del BCE llegue a las familias, Rajoy –como antes Zapatero– se limita a obedecer con mansedumbre las órdenes de austeridad que dicta Alemania. Por supuesto que el mercado laboral se puede mejorar, por ejemplo, estableciendo la mochila austriaca para facilitar la movilidad laboral, o repartiendo los tiempos de trabajo. Pero esta reforma no es ahora "lo urgente", como pretenden inculcar a la sociedad la derecha europea y la vernácula y sus coros mediáticos. Ellos están en su particular batalla: meter prisa y aprovechar el caos para destruir cualquier vestigio de conquistas sociales mediante la aplicación de la doctrina del shock.

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