El óxido

El carbón y la bajamar

El 11 de Enero de 1986, siendo yo un crío, un barco embarrancó frente a la playa de Xixón. Era el Castillo de Salas. El buque finalmente se hundió y con él las 100.000 toneladas de carbón que transportaba. Las playas asturianas se tiñeron de negro y aun hoy, cuando baja la marea, salen a la luz unas vetas de polvo de carbón entre la arena. Siempre he dicho que aquello fue una catástrofe ecológica pero sin duda la más hermosa de las posibles. La mar nos traía carbón, y aun nos lo trae, como si quisiera recordarnos que Asturies le debe mucho a ese mineral que sale de las entrañas de la tierra.

Yo hoy vivo en el exilio, forzado a alejarme de mi país por la ausencia de perspectivas de futuro en una comunidad autónoma que un día fue motor económico de España. Pero cada vez que vuelvo a Asturies no olvido pasear por la Playa de San Lorenzo para admirar las vetas de carbón que deja la bajamar. Son ellas las que me dicen que estoy en casa.

El carbón, incluso para aquellos que no nacimos en las cuencas mineras, ha marcado a fuego a la sociedad asturiana. Ocurrió también con la siderurgia, con aquella ENSIDESA que en su día dio trabajo a 50.000 personas, entre ellas mi padre. También sucedió con unos astilleros que fueron símbolo de las luchas obreras durante los años 80 y 90. Y como no podía ser de otra manera ocurrió y ocurre con la minería. No se trata solo de un sector socioeconómico importante para las comarcas mineras, que también, sino del símbolo del sufrimiento de unos trabajadores que después de pasar horas aspirando polvo de carbón y arriesgándose a sufrir silicosis eran capaces de luchar por la democracia y por los derechos laborales en una época en la que no existían ninguna de las dos cosas.

No quiero caer en el mito del heroico minero. Se que es solo eso, un mito, y que en ocasiones encaja poco con la realidad. Pero es imposible explicar a quien no ha vivido en ese escenario teñido por el carbón lo que se siente al ver las calles de Madrid iluminadas por las lámparas de los cascos de miles de mineros venido de Asturies y de otras comarcas mineras. Las movilizaciones de los mineros son mucho más que un conflicto laboral con el Estado. Son la representación del hartazgo y la indignación de millones de ciudadanos ante unas políticas de recortes que le han dado la espalda a la sociedad. La solidaridad que ha despertado la marcha negra a su paso por las distintas localidades da buena cuenta de ello. Si hace un año el 15M fue el elemento movilizador de la indignación ciudadana, hoy son los mineros los que han tomado el relevo. Y convendría recordar a quien quiera escuchar que la capacidad de resistencia de quien baja todos los días a decenas de metros bajo la tierra supera con mucho a la tozudez de un gobierno sordo y mudo.

Anoche los mineros me trajeron a Madrid un trocito de ese polvo de carbón que admiro cada vez que vuelvo a Xixón. Por tópico que sea me recordaron aquel Octubre de 1934 y la brutal represión posterior y aquella huelgona de 1962 en pleno régimen fascista. Imposible no acordarse también de aquellos 14 mineros muertos por una explosión de grisú en el Pozo San Nicolás en 1995 que estremeció a toda Asturies. Los que hoy critican las subvenciones al carbón deberían recordar que les debemos mucho, muchísimo a los mineros. Por eso hoy estaré con ellos por las calles de Madrid. Espero que sepan disculpar la emoción a flor de piel que destila esta entrada de mi blog.

Castillo de Salas

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