Al piano

Legislatura nueva, política vieja

Juanma del Olmo - Diputado de PODEMOS en el Congreso

 

De repente, las instituciones se han llenado de gente. Esa parece la idea central que circula por los pasillos de la democracia institucionalizada. Prometimos cambio y estamos cambiando las cosas, desde el primer minuto, cambiando, también, las formas, las maneras, la estética y por supuesto; la concepción de "lo político" y de "la política". Una estética siempre es una figura ética. No se trata de solamente de una representación, es también la forma de expresión singularizada de una diferencia. Y la diferencia es constitutiva de igualdad. Prometimos de forma diferente pero con una idea fuerza común, igual; "nunca más un país sin su gente".

Nuestros gestos expresan nuestra mirada sobre lo social. La antropología simbólica lo ha definido de forma precisa, la pertenencia a una u otra tribu, o casta, se puede identificar visualmente, se puede leer en los movimientos corporales y en los comportamientos de los sujetos. Cada gesto vivido en la constitución del parlamento fue una expresión popular, la forma general de expresarse de nuestro pueblo, los gestos naturales de gente normal haciendo política normal para gente normal. Esa es la verdadera "normalidad democrática".

Quienes se sorprenden de sus propios conciudadanos demuestran su propia marginalidad, su auto-marginación en el interior de una burbuja institucional, de un sistema de códigos en el que, desde el día 12 hay una interferencia: La gente. La perplejidad y el asombro de la clase política ante la entrada de la ciudadanía en el Congreso corrobora la sospecha de muchas y muchos de nosotros; viven tan al margen de la gente de su país que su propio pueblo les resulta extraño, ajeno, lejano. Es tan significativa su reacción que descifrando sus gestos comprendemos mejor su pensamiento; no nos (re)conocen, no conocen a la gente de su país.

Lo afirmamos en muchas ocasiones durante la campaña electoral: Las instituciones no iban a ser lo mismo después del 20-D, iban a estar llenas de gente luchadora y profesional que ha peleado muy duro por la dignidad de nuestro país. Que se preparen, les preveníamos, las cosas ya han cambiado en nuestra sociedad y ahora van a cambiar en las propias instituciones de representación popular.

Les gritamos primero desde las calles que no nos representaban, y sonreímos ahora, porque teníamos razón; millones de personas han votado lo que las plazas ya habían anunciado, queremos que el pueblo gobierne al pueblo. Queremos que la democracia sea real. Y ese era el objetivo; devolver las instituciones a sus legítimos dueños, el pueblo.

En cierto sentido, sabíamos que ya habíamos ganado antes de empezar la campaña electoral. Habíamos vencido moralmente, en un sentido ético de lo político, al conformar una alternativa política popular capaz de disputar el monopolio de la producción de sentido a las élites dominantes. Habíamos vencido, con V de victoria, porque habíamos conseguido romper el silencio al que nos tenían sometidos y recuperado la capacidad de expresarnos políticamente con otra gramática, con otras formas de hacer, con otros gestos... Por eso levantamos los dedos en forma de V, en forma de V de Victoria. Lo hacíamos ya en la Campaña, porque ya habíamos ganado; ganamos lo esencial, el respeto y la legitimidad popular.

Hemos vencido, con V de de victoria, porque quienes se reían de nuestras manos alzadas en las plazas, ahora las van a ver alzadas en el Congreso de los Diputados votando la Ley 25. La sonrisa cambia de bando y nuestras manos votaran, con V de victoria, por la dignidad de nuestro pueblo.

Pablo

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