Principia Marsupia

Regreso al Cairo un año después

Regreso al Cairo un año después
Tuve la fortuna de vivir el 18 de Febrero de 2011 en la plaza Tahrir del Cairo. Mubarak había dimitido en la tarde del día 11, así que el 18 era el primer viernes que Egipto podía celebrar sin el dictador.
En Cambridge, yo había pasado varias semanas pegado al live-streaming de Al-Jazeera, embriagado por la sensación de ser testigo de tiempos históricos. Minutos después de que Omar Suleiman anunciara la renuncia de Mubarak, las televisiones de todo el mundo nos mostraron egipcios bailando, llorando y abrazándose. Surgió entonces la cuestión inevitable: ¿Alberto, porqué no lo estás viviendo en persona?
El aeropuerto del Cairo seguía abierto, no necesitaba visado y el trabajo me permitía tomar unas semanas libres sin previo aviso. Y sobre todo, era quizás la única oportunidad que la vida me brindaba para respirar una atmósfera semejante.
Trabajar para la Universidad de Cambridge concede sorprendentes ventajas, así que, apenas unas horas después de planear el viaje, ya tenía contactos fiables en Cairo. Y allí fui. Volví a visitar Cairo el pasado diciembre, y entonces conocí también a españoles fascinantes (y a un colombiano muy despierto).

En el año que ha transcurrido desde que comenzaron las revueltas en el mundo árabe, he intentado estudiar bastantes análisis y opiniones. En los próximos posts, me gustaría exponer las ideas que encuentro más estimulantes.
Cómo ésta es la primera entrada de la serie, permitidme comenzar presentando a dos personas que conocí aquel 18 de Febrero en la plaza Tahrir. Con todos ustedes, Ahmed y Rama, -sentados sobre un M1 Abrams-.
Ellos nunca se acordarán de mí. Fuí, por un instante, el tipo raro que les sacaba a lengua mientras tomaba una foto. Un instante después, había desaparecido de sus universos. Yo, cada vez que escucho hablar de Egipto, me acuerdo de estos dos mocosos.
Ahmed y Rama también me recuerdan algo que olvido con facilidad. Cuando discutimos sobre sistemas de gobierno, modelos económicos y estructuras sociales, tendemos a olvidar que lo único importante son los Ahmeds y las Ramas. Los grandes debates políticos son apasionantes y complejos, y por eso, repletos de juicios emocionales, dogmáticos, intolerantes, irracionales, románticos y alejados de la realidad.
Lo importante no es que el mundo demuestre que nosotros teníamos la razón.
Lo importante es que las decepciones y sufrimientos de Ahmed y Rama sean los inevitables en una vida humana, y no consecuencia de la estupidez de la sociedad en que vivieron.

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