Principia Marsupia

Los beneficios de mi fracaso

Los beneficios de mi fracaso

Partí de Madrid hace 7 años para estudiar un Erasmus de unos meses en París. No hablaba ni una palabra de francés y tenía muchas dudas sobre mi talento como físico. Lo que ocurrió después, superó salvajemente mi sueños más hermosos: completar un doctorado en física teórica, ser invitado a universidades estadounidenses, viajar por Sudamérica, África y la India. Trabajar como actor en compañías de teatro francesas y británicas, escalar el Mont Blanc, ser fichado por la Universidad de Cambridge y, sobre todo, gozar de amistades que valen más que los rubís.
Pero durante mi último año en Cambridge,  la que pensaba era la mujer de mi vida, me dejó. Los sueños por los que tanto había luchado, se evaporaban delante de mis ojos.
Volver a Madrid, y estar sin ella, era un doloroso fracaso.
Pasé unas semanas muy duras. Pero, de a poquito, la luz volvió a colarse entre las grietas del desaliento. Unos pocos meses después, me siento mejor que nunca.
El fracaso ha sido la oportunidad más hermosa que la vida me ha regalado.
Cuando las cosas salían como yo deseaba, era muy complicado distinguir mis errores. Tras los triunfos, celebraba mis virtudes y alababa mi suerte. El fracaso me ha enfrentado con honestidad a mis sombras, carencias y defectos.
Cuando todo iba bien, era muy tentador acomodarme y dejar que la marea me arrastrase. El fracaso me ha empujado a desafiar mis límites.
El fracaso me ha recordado que hay cosas en la vida que no podemos controlar. Pero también, que hay dos cualidades que son mi absoluta responsabilidad: mi actitud y mis acciones.

El fracaso me ha liberado de lo que no es esencial. Estoy vivo. Tantas angustias y miedos por el futuro no valen la pena.
Y, por encima de todo lo demás, el fracaso me ha permitido disfrutar del amor de las personas me quieren. Gente por la que daría mi vida.
Tras semanas de dolor, decidí embarcarme en el desafío más hermoso que he afrontado: construir el mejor Alberto del que fuese capaz.
Decidí trabajar en mi fuerza de voluntad, en mi disciplina, en mi ternura, en mi alegría. Muy despacito y sin compararme con nadie. La única medida de mi progreso es el Alberto del día anterior.
El objetivo es llegar a la cama cada noche siendo un poquito mejor que la persona que salió por la mañana. Ser capaz de responder con honestidad a estas preguntas: ¿he afrontado mis miedos o he puesto excusas para no hacerlo? ¿he dicho todo lo que pensaba? ¿he trabajado tan duro como podía? ¿he vivido profundamente? ¿he empujado mis límites un pasito más allá? ¿he ayudado a que sean un poquito más felices las personas que quiero? ¿les he recordado mi amor?
En esta jornada he descubierto algo que no había alcanzado ni haciendo un doctorado ni viajando por medio mundo: la seguridad de que afrontaré los bofetones de la vida con serenidad e inteligencia.
He dudado si publicar, o no, esta entrada. Mi vida es mucho menos interesante que las anécdotas de Orson Wells y Winston Churchill. Pero cuando yo estaba mal, me ayudó muchísimo el ver cómo personas que habían sufrido derrotas infinitamente más dolorosas que la mía, se levantaban y continuaban su camino alumbrando ternura y pasión.
Si alguno de los que leéis el blog estáis pasando un momento difícil, si vuestros sueños acaban de romperse, sólo puedo deciros que yo también fracasé. Yo también lloré. Yo también creí que se me había escapado lo mejor de mi vida. No podía estar más equivocado. El fracaso es la oportunidad más hermosa que la vida me ha regalado.
Paciencia. Fuerza. Alegría.

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