En un lejano país, hubo una época en que sus gentes no eran felices porque tenían que trabajar muchas horas para conseguir alimentar a su familia, a la que no veían más que unas pocas horas al día después de una agotadora jornada de trabajo. Pero además había muchos otros, uno de cada cinco, que eran todavía más infelices, porque no tenían ni siquiera este trabajo que, aun dejándoles sin tiempo para disfrutar de sus seres más queridos, lo necesitaban para poder garantizar su manutención. Nadie sabe por qué se había llegado a esta situación, aunque los ciudadanos de Utopía comprendieron que cuando algunos de sus vecinos se vieron en apuros, en este caso los banqueros, la comunidad les ayudara a salir adelante. Llegados a este punto, el Presidente urgió a una reforma laboral. También por alguna extraña razón, en Utopía una minoría de su población -los llamados ejecutivos, empresarios y banqueros- ganaban hasta 5, 20 o 100 veces más que el resto de personas que debían trabajar muchas horas para mantener a sus familias y, por supuesto, más que quienes no tenían trabajo. Así que se decidió comenzar la reforma laboral con una primera medida: reducir el salario de quienes ganaban 5, 20 y hasta 100 veces más de la media, de forma que con este dinero pudiera mantenerse el salario de quienes decidieran trabajar menos para estar con sus familias y con este excedente de tiempo y el restante dinero de los salarios más inflados, podría darse trabajo a quienes no lo tenían. Para evitar futuras diferencias de este tipo se estableció que el salario máximo no podía ser más de cinco veces mayor que el salario mínimo. Pero aún hubo más medidas...