Detrás de la función

¿Creemos o no creemos a Assange?

En tiempos de relativa oscuridad como los que estamos viviendo, somos muchos los que deseamos encontrar algo en lo que creer ‘definitivamente’. No es menos cierto que, después de tantas decepciones y engaños, escrutamos con una enorme desconfianza cualquier alternativa que prometa un nuevo modo de hacer las cosas: detrás de estas podemos llegar a intuir una nueva vuelta de tuerca o una mayor caída en las sombras.

Algo así sucede con la organización Wikileaks y con su líder, Julian Assange, encarcelado desde hace unos días por un dudoso delito aún pendiente de juzgar. Las distintas manifestaciones y concentraciones a su favor están enfrentando diversos modos de entrar en contacto con el nuevo fenómeno mediático. Es relativamente normal y frecuente que estas posturas devengan en antagónicas y simplificadas. Es un problema bastante frecuente, pero que hay que detectar si queremos extraer una buena lección de lo que está sucediendo y de lo que podría ocurrir en el futuro.

Lo sucedido con Wikileaks podría contemplarse como una trama de ficción, propia de una novela de Stieg Larsson: una organización independiente comienza a publicar incómodos secretos de Estado que dejan al desnudo el modo de hacer del último imperio que conocemos; acto seguido, el máximo responsable de estas informaciones es encarcelado por dos supuestos delitos sexuales. La violencia difusa, latente, se materializa y encarcela, como en las peores dictaduras, al mensajero de las malas noticias. Los ciudadanos salimos a manifestarnos por la libertad de información. El sospechoso ocupa la portada de la revista TIME.

Las teorías de la conspiración son inevitablemente atractivas: ¿y si Assange no fuera más que un señuelo, un tonto útil, dormido y controlado por las élites económicas, militares y políticas, con el objeto de restringir aún más las libertades? Todo habría sido una descarada pantomima que ocultaría cosas peores. Investigar sobre ello acabaría por producir una especie de derrumbe de fichas de dominó que nos llevaría, de paso, a conocer las verdaderas motivaciones detrás de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Lo único que tenemos seguro en la vida, además de nuestra futura muerte, es la permanente incertidumbre que nos rodea. Poner esta en marcha y explotarla está al alcance de mucha gente gracias a las nuevas tecnologías.

No hace falta rechazar a Wikileaks como si de una encarnación del demonio se tratara para mantener una postura crítica. Es posible que, con una información tan valiosa y relevante, determinados dirigentes de esta organización hayan tratado de llegar a interesantes tratos con los diferentes poderes implicados. ¿Cuándo termina la explosiva libertad de contarlo todo y comienza la lucrativa tendencia extorsionadora que caracteriza muchas de las actividades de los medios de comunicación?¿Acaso no merecería la pena que se supiera el veinte por ciento de lo que está sucediendo, de verdad, en el mundo, a cambio de conservar oculto el otro ochenta?

Algo más que el crédito de Assange, y el de Wikileaks, se deciden por estas fechas. Lo más importante es el mecanismo que estas publicaciones han desencadenado en la sociedad: hay una influyente masa crítica esperando una nueva chispa para comenzar a consumir productos diferentes, la única vía hoy existente para cambiar el estado de las cosas. Ernesto ‘Che’ Guevara quería "cien Vietnams" en la Tierra para acabar con el capitalismo; la Web perseguida ya ha sido clonada más de mil veces. Merece la pena seguir atentos.

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