Detrás de la función

Ahora les toca a los árabes

¿Por qué estos días y no hace dos... o diez años? Una revuelta popular expulsa, casi de la noche a la mañana, al dictador oficial de Túnez y comienza a extenderse peligrosamente por países como Egipto o Yemen, entre otros. Sin que tengamos tiempo para darnos cuenta, estos regímenes tiemblan electrocutados por cables virtuales que los unen, como si los efectos de la revolución tecnológica hubieran sido asumidos por las naciones árabes en una sola semana.

De modo diferente, el final de la década de los años ochenta presenció un derrumbe político en principio inesperado. En 1989, después de diez años de intensa lucha por parte del sindicato polaco Solidaridad y tras el agotamiento militar de la URSS, una manifestación ecologista contra la contaminación del Danubio desembocó en protestas generalizadas que acabaron finalmente con los comunistas húngaros; Polonia, Checoslovaquia, Alemania del Este, Bulgaria y, finalmente, Rumanía, estallaron en cadena. Estaban mal desde hacía tiempo; lo sabían, solo les faltaba superar el fatalismo inmovilizador y para ello necesitaban imágenes: una historia de ficción que fuese al mismo tiempo cierta. Que el resultado no haya sido el idóneo no invalida el análisis sobre el cambio político: no era posible hasta que fue real.

De la revolución de terciopelo a la del jazmín. Del "socialismo real" a la trastienda del capitalismo, con otra ideología que ya nadie se cree y un joven desesperado (Mohamed Bouazizi) que prende la mecha del fin de su vida y del comienzo de una aventura apasionante. La estructura del régimen tunecino se rompe como si fuera de vidrio y el sueño roza la vigilia. La expulsión de Ben Alí hace temblar al todopoderoso Hosni Mubarak. La era de la información, del capitalismo huidizo, difuso, quizá exige de otros regímenes, de la democracia, ¿o de dictadores más competentes? El control del tiempo y del espacio es mucho más difícil porque la frontera de estos se ha roto hace mucho.

Europa, cuna de la Modernidad, sigue con una postura hipócrita este avance de los derechos humanos, que a todos debiera enorgullecernos. Por ahora, nuestro papel es el de disfrutar vicariamente de una especie de cinta de ficción, la de unos ciudadanos empobrecidos que, sin Libro Rojo y casi sin Corán, han decidido expulsar a patadas a los sátrapas que se bebían su sangre. Nos equivocamos si creemos que reflejan nuestro pasado: estos pueblos se juegan su soberanía mientras en Europa muchos los superamos en paro juvenil. ¿Quién tiene que aprender de quién? Los seres humanos, por nosotros mismos, seguimos encerrando muchas esperanzas.

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