Detrás de la función

Aprender de la Semana Santa

Antes que el Crucificado, que la Virgen Dolorosa y que el Pollino vinieron, en todo caso, las flores. Las más bonitas en mucho tiempo, pues señalaban al hombre el regreso de la vida tras el durísimo invierno. Y el homo sapiens, que también era y es loquens y ludens –necesitado de vivir en sociedad y dado a los juegos- ideó en múltiples latitudes una serie de rituales para festejar la llegada de la primavera. Cuando estos ritos paganos comenzaron a celebrarse no existía una medida abstracta del tiempo: no había años, sino ciclos climáticos, y debía de resultar un alivio ver que la nieve dejaba de cubrir los caminos para dar lugar a una estación infinitamente más suave.

Concebir la Semana Santa como una gran fiesta primaveral nos permite abrirnos a un abanico de significados infinitamente más rico que el que obtenemos a partir de una mera interpretación político-religiosa. Si bien son muchos los creyentes que viven estos siete u ocho días con un fervor algo intransigente, no podemos limitarnos a descalificar esta puesta en escena como una afrenta más de la ultraderecha católica.

Si hay algo que en ciudades turísticas como Málaga o Sevilla caractericen a este intervalo festivo son las aglomeraciones. Un bullicio compuesto por enormes grupos de personas que, con sus mejores atuendos, acuden a "ver tronos". En todo caso, pocas de ellas desean estar solas y utilizan estas fechas para encontrarse con familiares, todo tipo de amigos y, quizá, algún futuro amante. El tiempo favorece una alegría que puede quedar algo magnificada cuando cae la noche y ciertas bebidas ayudan a olvidar el dolor de piernas. Los bares abren hasta tardísimo. Los chicos y chicas de dieciséis y diecisiete años que dicen a su familia que salen a encerrar El Cautivo tienen esto último presente. Las procesiones religiosas acaban siendo en numerosas ocasiones una estación más de la larga noche.

Se podría decir que el catolicismo se apropió del rito pagano con intenciones  de control y dominación –corrompiéndolo-, pero que las masas del Siglo XXI nos estamos vengando de esta opresión trascendiendo su significado y construyendo uno modificado o alternativo. La Pasión de Cristo queda sustituida por recuerdos apasionados de años anteriores, intereses artísticos, de ocio, esparcimiento, etc. Paradójicamente, esta semana presenció una manifestación mucho más religiosa que las de los nazarenos: ¿cuántos fueron los españoles que se reunieron para ver pasar la procesión de la final de la Copa del Rey el pasado miércoles por la noche?

En los años cincuenta, el sociólogo Robert Merton advirtió las funciones latentes de las manifestaciones religiosas: reunión, cohesión social, etc. Precisamente aquellas de las que los clérigos se apropiaron para transmitir el credo católico a las ansiosas masas. ¿Acaso no necesitamos un programa de principios morales unificadores en tiempos como estos, de aislamiento y alienación individual? ¿Por qué las izquierdas no levantan cabeza en medio de esta descomunal crisis económica? Quizá deberíamos aprender de las estrategias de comunicación religiosas para presentar alternativas creíbles que reúnan al suficiente número de personas como para provocar un cambio real en nuestras sociedades. Y no tendríamos que procurarnos ni siquiera un latigazo.

Más Noticias