Detrás de la función

¿Qué 15M necesitamos a partir de ahora?

Las elecciones generales han teñido aún más de azul el Parlamento, pero no han clausurado las principales plazas de las ciudades y de los pueblos. Estos son
precisamente los lugares en los que se han producido las transformaciones culturales más interesantes de los últimos meses en nuestro país. Allí se encuentran algunas de las mayores herramientas de cambio que muchos de los ciudadanos disconformes
tienen en su mano: la posibilidad de modificar sustancialmente las formas de comunicación, de acción colectiva y, en general, de convivencia en un mundo en el que el fetichismo tecnológico amenazaba con mantener alienadas y atomizadas muchas de nuestras capacidades sociales.

No es ocioso recordar que estas energías creativas, que comenzaron fluyendo a través de las autopistas construidas por la revolución tecnológica, desembocaron en las plazas urbanas, estableciéndose una retroalimentación entre dos ámbitos diferentes: las manifestaciones multitudinarias eran recordadas, analizadas y reorientadas en las infraestructuras de las que provee Internet; a su vez, estos soportes han facilitado un intercambio de noticias y documentos que alimentaron nuevas acciones a pie de calle.

Pero la misma permanencia en estos lugares de encuentro en la ciudad ha representado ya una acción suficientemente relevante. Los grupos de trabajo que se reunían en un corrillo en cualquier esquina de estas zonas públicas representaban un cruce entre lo mejor de lo viejo y de lo nuevo: las tecnologías de la comunicación y la información que estas ofrecen se han combinado con un ambiente en el que casi cada aspecto de la realidad se ha negociado en vivo y en directo: el asistente se veía desafiado a realizar un esfuerzo intelectual constante, en el que podía resolver sus dudas y sentirse útil solucionando las de los demás.

Otro factor inesperado hace unos meses jugaba y seguirá estando a favor de estas reuniones. Donde, por ejemplo, en el botellón la amistad, la cercanía en el vecindario o la similitud de gustos eran los principales nexos de los grupos de iguales, en las plazas han sido las inquietudes políticas y sociales las que han llevado a una dinámica colectiva bien distinta. Estas nuevas redes sociales en las que se comparten valores y normas propician con cierta facilitad relaciones estables entre sus miembros –en las que los compañeros de viaje se hacen también amigos, estableciendo lo que se denomina como "redes múltiples"-. Son núcleos generadores de lo que se ha llamado
"capital social" y que se puede traducir, para este caso, en flujos de información y conocimiento imprescindibles para continuar con las movilizaciones y conseguir resultados.

Pero no todo se podrá resolver a través de las plazas a partir de ahora. Si bien estos puntos son los escenarios ideales para la puesta en marcha de lo que el filósofo
alemán Jürgen Habermas denominó la acción comunicativa, es decir, el comportamiento que busca principalmente el entendimiento con los demás, es preciso plantearse también la posibilidad de llevar a cabo, sin rémora alguna dadas las circunstancias, lo que podríamos denominar acciones informadas: iniciativas colectivas que partan de un conocimiento compartido sobre lo que está pasando, pero también de un esfuerzo personal por adquirir las destrezas intelectuales necesarias para una adecuada interpretación de la realidad. Se trata de un comportamiento que requiere un asumible proceso de cualificación y que hará evolucionar mentalmente a los ciudadanos y participantes, que con sus acciones posteriores contribuirán también a la modificación de la realidad social.

Tomarse en serio el movimiento supone, por tanto, aceptar la obligación moral del estudio y el trabajo de los asuntos sobre los que se debata en las asambleas y grupos. No obstante, todo tiene sus límites: un movimiento meramente formativo, sin acciones concretas, está condenado a generar grupos eruditos en cierto modo marginales. Pero las cosas pueden salir aún peor: un colectivo que actúe de manera demasiado cortoplacista o sin la suficiente reflexión puede entrar en dinámicas de
estímulo-respuesta en las que las nuevas autoridades públicas se pueden mover a placer. En este sentido, los medios de comunicación han mostrado durante el pasado verano una sucesión de concentraciones, enfrentamientos con la Policía, protestas por las cargas del día anterior, nuevas cargas... Un círculo del que resulta difícil que se salga con el apoyo social mayoritario que este movimiento requiere para su avance.

Por estas razones, la variable clave aquí es la información y su calidad. Si queremos protagonizar una segunda transición, hemos de tener en cuenta que no se socializará
la riqueza si primero no se distribuye el conocimiento. Una sociedad de la información en la que la mayoría no se entera de lo que está pasando no es más que el sueño de una civilización que duerme. Hace falta, todavía, un nuevo cambio de actitudes, una revolución dentro de la protesta que convierta los lugares de encuentro en auténticas universidades populares preocupadas por los niveles de instrucción necesarios para llevar a cabo los cambios que hacen falta.

Esta nueva fase debe comenzar con las protestas que se van a generar por los nuevos recortes que lidera el nuevo Gobierno del Partido Popular y que ya llevamos un tiempo viviendo en muchas de las autonomías del Estado. Si queremos cambios cualitativamente importantes, tendremos que merecerlos más que nunca. Nos encontramos, de nuevo, ante el momento de la verdad. ¿Estaremos a la altura?

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