Diario de la Antártida

16 de enero. Nos vamos a ‘Bulgaria’

con-elefantes-marinos.JPGHe dormido como una reina y estoy lista para hacer un montón de cosas. El jefe de la base nos propone una visita a Bulgaria, como se refieren aquí a la base vecina, a un cuarto de hora de navegación y cuyos científicos dependen de la logística española.

Los búlgaros son gente encantadora. Nos enseñan su nueva base, a medio construir por ellos mismos, y nos invitan a raquia, un licor fortísimo que también hacen ellos. En esta parte del mundo, los seres humanos son polivalentes por norma.

A una hora más de zodiac, llegamos a Sally Rocks, un rinconcito de la isla lleno de elefantes marinos, pingüinos y focas en perfecta convivencia. El lugar es fantástico, pero no podemos quedarnos mucho tiempo, así que ni siquiera nos quitamos los trajes de supervivencia. Estos trajes protegen a quien los viste de morir helado en caso de caer al agua. Son imprescindibles, pero tan enormes que cuando caminamos unos cuantos juntos, parece que no existiera gravedad, tal y como tenemos que movernos.

A mediodía, Enrique, el jefe, nos comunica los planes para esta noche y decidimos descansar un poco para estar preparados, porque el tema tenía mucha enjundia. Un helicóptero iba a dejar cuatro toneladas de material para nuestros científicos en la cumbre de una montaña de 300 metros. El aparato llegaba en un buque chileno que esperaría en la bahía. Lógicamente, tan magna descarga requería de un operativo arriba, que formaron los técnicos chilenos, Jordi, Iñaki y David, los tres montañeros, y de otro abajo, para el que se quedaron Enrique y Fede. La operación estaba planteada para las dos de la mañana, no sabemos por qué.

Una operación de película

Sobre la una empezamos a subir. Unos para trabajar, David y yo para vivirlo y para cubrirlo y otros por inquietud, solidaridad o para ayudarnos, sobre todo a nosotros, a cargar con la cámara y el trípode. Nacho, Dani y Joan se vinieron por esta razón. Joan es el informático. Un genio al que no se le resiste nada que tenga cables, programas o sistemas operativos. Un sabio de las computadoras que, sin embargo, sería más feliz si pudiera instalar sus aparatos al aire libre. También es un enamorado de la escalada de Montaña. De él depende que las comunicaciones con el exterior funcionen, y tiene la deferencia de enviarnos la página de actualidad que encuentra en el ciberespacio a nuestros correos electrónicos. El acceso a Internet está restringido y Joan se encarga de que sus compañeros puedan enviar y recibir mensajes todos los días. Va siempre con la sonrisa por delante y sugiere lo mejor que puede inspirar alguien: que es una buena persona.

Iñaki no sólo iba abriendo huellas para que nos cansáramos menos sino que impuso un ritmo perfecto para mí, la menos preparada físicamente, que consiguió que no me ahogara en el intento.

Una vez en la cumbre, Jordi lo tenía todo preparado. Había medido la velocidad del viento, limpiado de piedras la superficie donde aterrizaría el aparato y marcado una zona de seguridad para nosotros.

David empieza a grabar el despegue del helicóptero, que se veía a duras penas desde tan lejos, y yo trato de soportar el intenso frío como puedo. Lo llevo todo puesto y más. Pasamontañas, gorro, capucha y gafas anti ventisca, y aún así estoy helada. Pero la escena vale la pena. Hay muy poca luz y el helicóptero lleva el foco encendido. Entre el ruido de las hélices, las luces y las descargas, la operación parece sacada de una película bélica.

A pesar del frío, todo el mundo lo disfruta. Pero viendo a Dani, el médico, tengo la sensación de que está hecho de otra madera. Lleva la cabeza sin cubrir, me ha prestado su chaleco plumífero y aún así parece que la temperatura no va con él. Es un tipo muy simpático y con mucha iniciativa. Por suerte, no tiene mucho trabajo. Su última intervención ha sido vendar la mano de David, el científico, porque se cortó con el cuchillo jamonero. Dani representa el espíritu de esta base. Trata a todo el mundo igual, se apunta a un bombardeo y siempre encuentra algo que hacer. Tan pronto se pone a hacer inventario de las medicinas, como conduce el quad o decide esquiar a las cuatro de la mañana y a quince grados bajo cero. No me encajaría que se llevara mal con nadie.

Cuando el helicóptero había hecho la mitad de los viajes, bajamos a toda pastilla hasta la playa para grabar alguno de sus portes desde el barco. Parecía una carrera entre aquel pájaro a motor y nosotros. Bajábamos obsesionados con la idea de que el helicóptero terminara su trabajo antes de que nosotros llegáramos abajo para grabarlo. El helicóptero mantuvo su ritmo y nosotros aceleramos el nuestro. Al final, ganamos nosotros y a las cinco de la mañana nos tomamos un chocolate caliente.

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