Diario de la Antártida

22 de enero (Parte II). De vuelta en el Hespérides

niebla-2.jpgA las ocho de la tarde, el buque Hespérides llevaba 16 horas esperando a que al viento se le pasara la ira para que Las Palmas pudiera acercarse y abastecerle de combustible. No fue así y había que tomar una decisión porque el avión nos recogía a la mañana siguiente -siempre con permiso de las condiciones climatológicas, una vez más- y aún quedaban diez horas de navegación hasta el aeródromo antártico. En este momento, la decisión no es fácil. O salimos con poco combustible obligando al Hespérides a deshacer el viaje al día siguiente para volver a por gasolina, o esperamos y perdemos el avión.

Mientras esperamos en la base, escuchamos una conversación entre los comandantes de los dos buques porque alguien ha dejado un walkie encendido con el volumen a tope.

Comandante de Las Palmas: - "¿Cómo lo ves?"
Comandante del Hespérides- "Lo veo mal. En estas condiciones no podemos repostar y, si tengo que estar a las nueve de la mañana en Rey Jorge, tengo que salir de aquí a las diez como muy tarde. El trasvase de combustible tarda unas cuatro horas. Ya no hay tiempo".
CLP: -"Pero parece que el viento amaina".
CH: - "No te puedo abarloar. Tengo un viento de más de 40 nudos y yo no me puedo acercar más a la playa".
CLP: -"¿Y qué hacemos?"
CH: - "Yo puedo esperar; los científicos pueden esperar. Mi problema son los periodistas, que tienen que volver a España. Pero yo no puedo enviar mis Zodiac con este viento".
CLP: -"No te preocupes. Enviamos las nuestras a recogerlos y te los dejamos allí"
CH: -"Bien. Hay que hacerlo ya, entonces. Se acaba el tiempo".
CLP- "Entendido, nos ponemos a ello". Es de justicia decir que el comandante de Las Palmas siempre tiene un ‘sí’, una sonrisa en la cara y una palabra amable para todo el mundo.

El Hespérides llevaba a bordo 30 investigadores que debían coger el mismo avión que nosotros. Avión que, por cierto, también traía al personal de relevo que debía ser trasladado a las bases en este buque. No entendimos por tanto, por qué su problema éramos nosotros. Finalmente, y al límite del tiempo, el comandante del barco decide partir hacia el aeropuerto con el combustible justo para volver al día siguiente.

Cuando subimos al Hespérides -un barco imponente, orgullo de la Armada y toda una leyenda al servicio de la Ciencia-, nos recibe el número dos con un "bienvenidos a bordo" muy de agradecer, y pocos minutos después comienzan a levar anclas.

Prácticamente acabábamos de instalarnos en nuestros camarotes, cuando un científico nos sugiere entre dientes que vayamos a ver al comandante.
Subimos y, tras el saludo de cortesía, el comandante nos pregunta a bocajarro:
- "¿Vosotros, con qué intención venís?"
- "Nos gustaría hablar con los científicos sobre esta campaña", le digo.
- "Tenéis que pedirme permiso. Hay dos personas que yo no quiero que hablen y otros siete que no quieren ver una cámara delante"
- "No venimos a molestar a nadie. Ya hemos hablado con el Investigador Principal y vamos a hacerle una entrevista".
- "Ya, pero podéis hablar conmigo. Nosotros también tenemos nuestro protagonismo".

Ésa fue la única vez que hablamos con él.

El viaje fue fantástico. Hicimos nuestra entrevista y tomamos algunas imágenes del barco, que a mí me pareció un hotel de cinco estrellas. Los investigadores más jóvenes organizaron una fiesta de despedida de campaña en la sala de mapas y nos invitaron. Hablamos con biólogos, geólogos y meteorólogos entre otros especialistas. La mayoría eran doctorandos de veintitantos años, apasionados con sus investigaciones sobre corrientes marinas, zonas costeras, Cambio Climático, movimientos terrestres... Terminaba para ellos la travesía, a bordo de tan magnífica nave, que había comenzado hacía un mes con un discurso del comandante: -"Esto es un buque de guerra, no un picadero", dijo el primer día. A algunos les había hecho cierta gracia. A la mayoría, ninguna.

Así, con una celebración de despedida y cierta pena, comenzamos nuestro rumbo hacia el Norte, en dirección a casa.

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