Al sur a la izquierda

Quierounempleo, quierounempleo, quierounempleo

 

Las elecciones del 20-N han sido un arma de destrucción masiva de lugares comunes, de cosas que creíamos saber pero que en realidad no sabíamos. El primero de esos tópicos que siempre tuvieron la apariencia de verdaderos era que para los socialistas andaluces era mucho mejor que las elecciones autonómicas se celebraran simultáneamente con las generales. A esa ley general le ha venido a ocurrir lo que a muchas de esas noticias exclusivas que se publican en muchos medios digitales: que son verosímiles pero no verdaderas. Si las autonómicas se hubieran celebrado el domingo pasado el nuevo inquilino del Palacio de San Telmo sería Javier Arenas. Acertó, pues, el presidente Griñán y nos equivocamos los listos que comulgábamos con el viejo tópico. No obstante, que no se frote tan rápidamente las manos el presidente, que todavía tenemos que vernos las caras dentro de unos meses. Los tiempos están tan malos que no conviene autoimponerse la Medalla al Mérito de la Sagacidad de manera precipitada: en primavera hay autonómicas y está por ver cómo acaba la fiesta, pues si el PSOE sale todavía más derrotado que el 20-N los guardianes de los lugares comunes volveremos al ataque y reclamaremos lo nuestro. Con menos convicción que antaño, pero lo reclamaremos.

 

Pero el más grave de los lugares comunes destrozados por el 20-N es que el compromiso de no recortar la sanidad y la educación frena el voto de la derecha. Desde luego, si lo frena no se nota. Es como si los electores fueran sordos a todo compromiso de mantenimiento del Estado del bienestar y como si la mayoría fuera como esos niños que nada más subirse al coche familiar no cesan de preguntar cuándollegamos-cuándollegamos-cuándollegamos, matraca que en el caso de los ciudadanos se ha convertido en estos tiempos en quierounempleo-quierounempleo-quierounempleo.

 

Dar satisfacción a ese deseo es tan imposible como dárselo al niño que quiere llegar de inmediato cuando median mil kilómetros al destino del viaje. Los niños y los ciudadanos nos parecemos demasiado en ciertas coyunturas. A veces lo único que queremos es que nos mientan, y con eso nos basta. Los niños quieren que les digan con mimo y firmeza: "Llegamos en un momento, cariño", y nosotros queremos que nos digan con igual mimo y firmeza: "Vótame, que conmigo todo irá mejor". Es mentira en ambos casos, pero en situaciones de aburrimiento mortal o desesperación absoluta niños y mayores estamos dispuestos a creer cualquier cosa.

 

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