Al sur a la izquierda

El corazón del hombre es un agujero negro

 

Aunque todo parece apuntar a ello, nos resistimos a creer que los dos niños desaparecidos en Córdoba hayan sido asesinados por su padre, José Bretón, hoy en prisión incondicional. Nos resistimos a creerlo porque el asesinato a sangre fría de unos niños a manos de su padre es un hecho moralmente inverosímil. Esa inverosimilitud es lo que lo hace incomprensible. Cuando estamos ante un padre que mata a sus hijos es como si estuviéramos ante alguien que se dirigiera a nosotros en una lengua absolutamente desconocida. ¿En qué idioma moral habla alguien que comete ese crimen? La mecánica del crimen no es, en general, difícil de entender: los asesinos siempre suelen creer que tienen una buena razón para cometer sus crímenes. Se mata a otro para obtener dinero, para hacerle pagar culpas reales o imaginarias, para liberar un resentimiento atroz. Que el asesino sepa que el castigo infligido a su víctima resulta descaradamente desproporcionado no es algo que detenga su mano, sino que más bien la acelera: esa brutal desproporción es un aliciente.

 

Los hombres que matan a las mujeres conocen bien esa desproporción, ese abismo estremecedor entre las faltas que haya podido cometer la víctima y el precio que le hacen pagar por ellas. Los hombres que matan a sus mujeres pretenden destruir a quien les es ya imposible sojuzgar. Matar a una mujer es un crimen contra la libertad y contra el miedo a la libertad. Una mujer decidió hacer uso de su libertad y su asesino decidió que no iba a soportar tal afrenta.

 

La tenebrosa lógica de los hombres que matan a sus mujeres podemos llegar a entreverla. Podemos adivinar cuáles son los resortes de esa lógica corrompida, cuáles sus servidumbres, sus sofismas, sus vilezas, sus engaños. La lógica, en cambio, de los hombres que matan a sus hijos sin estar locos es tan incomprensible como un idioma con extrañas declinaciones e imprevisible gramática del cual nos es familiar alguna palabra suelta pero nada más. Un idioma del que intuimos que nunca seremos capaces de hablarlo ni entenderlo. Las razones del asesino, que en tantos otros casos nos son más o menos familiares, en este caso se nos escapan, son como esos agujeros negros cuya potentísima gravedad succiona todo lo que se acerca a ellos. En esos agujeros todo se vuelve negro. En el corazón de un hombre que mata a sus hijos no hay ninguna luz, ninguna huella, nada que nos dé un pista. El corazón de un hombre que mata a sus hijos es un agujero negro que devora todas nuestras preguntas sin devolvernos ninguna respuesta.

 

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