Al sur a la izquierda

Una modesta proposición

 

Si alguien creyó que el único ministro ilustrado de este Gobierno era el gran Juan Ignacio Wert, se equivoca completamente. También a la ministra Fátima Báñez se le notan sus muchas lecturas. Basta echar una ojeada a su decreto de reforma laboral para advertir en su prosa aparentemente burocrática los ecos de Jonathan Swift y su célebre opúsculo "Una modesta proposición para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público."

 

El decreto se llama "de medidas urgentes para la reforma del mercado laboral", un título deliberadamente gris que para nada se compadece con el revolucionario alcance de las audaces medidas en él contenidas. Si la ministra hubiera tenido la gallardía de desvelar al público las verdaderas fuentes de su inspiración, habría puesto sin duda este título: "Real Decreto-ley 3/2012, de 10 de febrero: Una modesta proposición para prevenir que los trabajadores de España no sean una carga para sus empresas o el país, y para hacerlos útiles al público".

 

Como se recordará, la proposición de Swift consistía en que las familias pobres ofrecieran a sus hijos de un año "en venta a las personas de calidad y fortuna del reino", que a su vez darían buena cuenta de ellos en su mesa. Según sus cálculos, "un niño llenará dos fuentes en una comida para los amigos; y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable".

 

Según la enérgica filosofía que late bajo su insulsa prosa, el decreto de Báñez pone a los trabajadores "en venta a los empresarios del reino, de forma que un contratado podrá desempeñar hasta el trabajo de dos para evitar ser despedido, constituyendo así un plato razonable para el decaído mercado laboral".

 

Y dado que Swift, al igual que Báñez, no era persona insensible y temía que su proposición fuera mal interpretada, hizo esta aclaración final: "Declaro, con toda la sinceridad de mi corazón, que no tengo el menor interés personal en
esforzarme por promover esta obra necesaria, y que no me impulsa otro motivo que el bien público de mi patria, desarrollando nuestro comercio, cuidando de los niños, aliviando al pobre y dando algún placer al rico". Pese a su honestidad y valentía, la proposición del escritor irlandés nunca pudo llevarse a término, no porque no fuera viable, sino sencillamente porque Jonathan Swift nunca fue ministro. Por fortuna, no es el caso de Fátima Báñez.

 

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