Al sur a la izquierda

El teléfono del indulto

Nunca supimos tan poco de algo que nos afectaba tanto. Como el condenado que pasea su incertidumbre por el corredor de la muerte a la espera de que en el último momento suene el teléfono anunciando el indulto del gobernador, vivimos el tiempo previo al rescate financiero de la Unión Europea sin saber si nuestra espera durará horas, días, semanas o meses y sin saber tampoco si la materialización misma del rescate será el equivalente a una ejecución, a una liberación o a ambas cosas.

Nuestro rescate financiero se parece a la muerte en que nada sabemos del uno ni de la otra. Nada sabemos de lo que hay al otro lado. Nos parecemos al preso del corredor de la muerte en que, como él, hemos perdido toda esperanza: o ejecución o cadena perpetua. Casi todo el mundo prefiere la segunda, pero no tanto porque sea una opción mejor como porque es una opción conocida.

Por no saber, no sabemos si el rescate será el equivalente a una ejecución o más bien el equivalente a una cadena perpetua. Aunque lo cierto es que ambos se parecen demasiado como para no temerlos por igual: la muerte es una cadena perpetuamente perpetua y la cadena perpetua es una muerte perpetuamente postergada. Un lío de perpetuidades a cada cual peor.

El presidente Mariano Rajoy acude a esta cumbre con la tesis de que hay un rescate bueno y un rescate malo y que él está peleando para conseguir el bueno. En nuestra arriesgada metáfora, el rescate malo sería la ejecución y por tanto la muerte efectiva, inmediata e irremediable, mientras que el rescate bueno sería la cadena perpetua y por tanto la muerte diferida, postergada e incierta, aunque muerte de algún modo también perpetua pues liberarnos de sus terribles consecuencias nos llevaría no menos de veinte años, y veinte años es para muchísima gente toda una vida.

El Consejo Europeo que hoy comienza en Bruselas no es a fin de cuentas más que una versión más de la conocida y vibrante secuencia cinematográfica en la que se ve en primer plano un teléfono anclado en la pared de la prisión que los carceleros más compasivos miran fijamente con la esperanza de que suene de una vez y libre de la muerte al desgraciado que espera al otro lado de los barrotes.

No sabemos si sonará ese teléfono porque en esta película no sabemos nada. Por no saberlo no lo saben ni sus guionistas, si es que los tiene, que lo más seguro es que no. Y si, puestos a soñar, hubiera un gobernador en cuya mano estuviera conceder el indulto, ¿quién sería ese gobernador? ¿El francés Hollande? ¿La alemana Merckel? ¿El italiano Draghi? ¿Pero son ellos de verdad el gobernador o sólo son otros reclusos más que simplemente no saben que lo son, presos de confianza de un alcaide cuyo rostro nunca han visto, presos que, al contrario que la mayoría de los espectadores de la película, todavía desconocen que en realidad las sentencias, los indultos y las ejecuciones se deciden en otra parte?

Más Noticias