Al sur a la izquierda

¿Qué hacer con Rubalcaba?

Más allá de lo que ocurra esta noche en el recuento de votos de Galicia y el País Vasco, más allá incluso de que los socialistas logren salvar la cara en alguno o hasta en los dos comicios, el PSOE que dirige Alfredo Pérez Rubalcaba seguirá estando en su peor momento desde la restauración democrática. Y no sólo eso: independientemente de los votos que consiga hoy, las siglas socialistas han entrado en barrena. Como esos aeroplanos que comienzan a caer hacia el suelo a toda velocidad en un ángulo de 45 grados sin que el piloto logre estabilizarlos, el Partido Socialista ve hoy cómo el duro suelo está cada vez más cerca sin que el capitán de la nave sea capaz de evitar el desastre que se avecina. El vago temor de muchos dirigentes socialistas de que el gran partido de otro tiempo acabe siendo políticamente insignificante empieza a trocarse en terror. La irrelevancia ha dejado de ser algo que sólo les sucedía a otros. Ahora puede sucederle a ellos.

Rubalcaba es un problema. Ciertamente, no es el único problema, pero es un tipo de problema muy especial: es un problema sin cuya previa solución es imposible abordar la solución de los otros muchos problemas que tiene el Partido Socialista. Hoy por hoy es un clamor en el PSOE que Rubalcaba es un problema y no una solución. Ahora bien: ni el PSOE sabe qué hacer con Rubalcaba ni el propio Rubalcaba sabe qué hacer consigo mismo sin autolesionarse y sin lesionar a su partido. Sería, por lo demás, injusto atribuir al secretario general socialista culpas que no son suyas. Puede que él no sea el piloto adecuado para hacer que remonte un aparato que ha entrado en barrena, pero también es cierto que heredó un avión que ya no era el que había sido y además le tocó pilotarlo en medio de la mayor y más despiadada tormenta desatada en los últimos 80 años.

¿Sería distinta la situación y las perspectivas del PSOE si hubiera vencido Carme Chacón en el congreso federal de febrero pasado? No es probable: tras su derrota en Sevilla no es que Chacón haya pasado a un discreto segundo plano, es que se la ha tragado la tierra. Ni siquiera se la está viendo en el debate catalán, y ello pese a que en las elecciones de noviembre el PSC se juega prácticamente su propia supervivencia como partido. Ciertamente, Chacón logró casi un empate con Rubalcaba en el congreso federal, pero hoy sabemos que fue un casi empate engañoso. Tan engañoso como la victoria de su oponente. El resultado del congreso hacía pensar que existían chaconistas, pero hoy es una obviedad que no existe tal especie en el socialismo español. Y el problema no es sólo que en el PSOE no haya chaconistas: el problema es que ha dejado de haber rubalcabistas.

Por todo ello, el PSOE tiene que decidir qué hace Rubalcaba y, sobre todo, qué hace consigo mismo. Pero para poder hacer lo segundo es imprescindible que haga lo primero. Es crucial que elabore una hora de ruta. Es crucial para su supervivencia que le ponga ese cascabel a ese gato. Quien únicamente puede hacer tal cosa es el presidente del partido y de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, pero puede hacerlo siempre que no confunda las cosas y pretenda él mismo sustituir a Rubalcaba como secretario general. Griñán puede trazar la ruta, no ponerse al frente de los mandos. Si Rubalcaba no es el futuro del PSOE, Griñán tampoco lo es. Bastante tiene el presidente andaluz con ser el presente en un momento en que el propio Rubalcaba apenas tiene presente y no digamos futuro.

Lo que hayan de hacer tienen que empezar a hacerlo ya, es decir, tras las elecciones catalanas. Los socialistas tienen por delante dos años sin citas electorales y eso les da un cierto colchón de seguridad. No es mucho, pero podría ser menos. De hecho, parecen dos años pero en realidad son menos tiempo. Mucho menos, pues a medida que el aparato se aproxima al suelo a toda velocidad, el pánico de los pasajeros se multiplica exponencialmente y el cómputo del tiempo se modifica de manera radical.

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