Al sur a la izquierda

España no es México

Tenemos una democracia que cuenta con todos los mecanismos políticos e institucionales que hacen que una democracia sea una democracia, pero que cuenta con ellos solo nominalmente. No es que nuestra democracia sea ficticia: lo que es ficticio es todo aquello que hace que una democracia sea fiable, es decir, todo aquello que hace que uno pueda confiar en ella porque sabe que todos esos mecanismos políticos e institucionales funcionan correctamente.

Nos empieza a pasar con nuestra democracia lo que les pasa a los mexicanos con la Policía de su país: que no se pueden fiar de ella porque muchísimos de sus agentes están tan corrompidos como los delincuentes a los que tienen encomendado perseguir. Puede que sea cierto que España no es México, pero también es cierto que hasta hace muy poco decíamos con gran convicción que España no era Grecia y cada día que pasa estamos menos seguros de ello.

Tenemos un presidente del Gobierno que hace como que da explicaciones, pero que en realidad no las da.

Tenemos un Tribunal de Cuentas que hace como que controla las cuentas, pero que en realidad no las controla.

Tenemos unos partidos que hacen como que permiten fiscalizar sus gastos, pero que en realidad no lo permiten.

Tenemos una institución parlamentaria llamada sesión de control al Gobierno que apenas controla nada porque el reglamento que la rige está pensado para que el presidente y los ministros puedan, impunemente, no contestar a las preguntas de la oposición. Las sesiones de control parlamentario son como un radar de control de velocidad que todo el mundo sabe que no funciona: el conductor puede cruzar a 180 por hora  por ese punto de la carretera y no pasa nada, de igual modo que el presidente puede no contestar a las preguntas de la oposición y no pasa nada.

Tenemos unas comparecencias políticas ante la prensa en las que los periodistas hacemos como que ejercemos el periodismo pero en realidad no lo ejercemos porque no nos dejan preguntar. Y no pasa nada.

Tenemos, por bajar un momento a Andalucía, unos mecanismos administrativos y políticos que hacen como que controlan la gestión del dinero público, pero que durante años y años no controlaron absolutamente de nada de lo que estaba pasando en la Consejería de Empleo.

Los partidos políticos se comportan en relación a las buenas prácticas democráticas del mismo modo que nos comportamos muchísimos conductores en relación a los límites de velocidad: que solo los respetamos cuando llevamos delante un coche de la Guardia Civil de Tráfico o cuando un cartel nos avisa de que un poco más adelante hay un radar. Así como demasiados conductores respetan el código de circulación solo cuando saben que pueden ser pillados, lo cual es muchas veces, demasiados políticos respetan las buenas prácticas democráticas solo cuando saben que pueden ser descubiertos, lo cual es casi nunca.

¿Y por qué casi nunca? Porque estamos en una democracia sin puesta a punto. Como un coche con treinta años al que nunca se le ha hecho ninguna revisión. Cada vez circula más despacio, consume más combustible, contamina más, frena peor y su motor tiene más vibraciones, pero como, mal que bien, nos sigue llevando a todas partes, hemos optado por ahorrarnos el taller, y no como esos conductores tan picajosos que al menor ruidillo raro del motor ya están yendo al mecánico, los muy tontainas.

El renqueante, ruidoso, corroído y contaminante coche de la democracia española está a punto dejarnos tirados en medio de la nada y seguimos sin hacer nada para evitarlo. ¿Cómo que nada?, preguntarán indignados los partidos. Y hasta puede que su indignación sea sincera: hasta puede que crean ¡los pobres! que de verdad hacen cosas, hasta puede que el presidente del Gobierno crea de verdad que da explicaciones, el Tribunal de Cuentas crea de verdad que cuenta algo, la oposición que asiste a las sesiones de control crear de verdad que controla algo o, incluso, la mayoría de los periodistas creamos de verdad que España nunca será México.

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