Antonio Baños

¡Buuuuuuuu!

Supongo que todos ustedes recuerdan Monstruos S.A. esa magnífica fábula sobre el capitalismo global en la que una empresa se dedica a generar dividendos a partir del pánico de los niños. No hay que ser muy avezado para entender que la película habla de cómo funcionan eso que, tan comúnmente, llamamos mercados financieros. En el filme aparece, sin embargo, una niña que sólo con decir: ¡Bu! consigue poner en jaque a toda la compañía e incluso transforma su modelo productivo. Pues bien, parece ser que Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo es nuestro nuevo Bu, pero sin trenzas. Dicen que su rueda de prensa del pasado jueves bastó para asustar a todas las delegaciones de Monstruos S.A. que cotizan en las bolsas mundiales. Y que su tibieza sobre la compra de bonos de los países en riesgo asustó/espoleó a los especuladores.

Desde que Jehová dijera aquello de "fiat lux" en las que fueron las primeras declaraciones públicas de la historia, las ruedas de prensa han dado mucho de sí. Quién no tiene en mente al bueno de Chamberlain de regreso de Munich en 1938 cuando, agitando un papelito firmado por Hitler, aseguró que la paz estaba garantizada. O aquella mítica rueda de prensa en 1989 de Günther Schabowski, miembro del politburó de la RDA cuando, en un despiste, dijo que se podría cruzar el Muro de Berlín sin problemas, hundiendo él solito al Bloque del Este. O aquel 27 de marzo del 1095 cuando al Papa Urbano II se le ocurrió, durante un lisérgico sermón, convocar la Primera Cruzada. La capacidad de la retórica de colapsar la economía da que pensar sobre cual de las dos disciplinas es hoy más importante. Antes que leer a Keynes quizá debamos volver a Demóstenes, para asegurar así la confianza en los mercados mediante el arrullo y la cucamona. Aunque, en realidad, todos sabemos que estos pánicos verbales no son más que folklore financiero y que el ataque al euro sigue un plan que no va a parar, aunque que el exaltado Van Rompuy asaltase Wall Street con una ametralladora. Eso, o encerrar a Trichet en su cuarto como hacen con la niña en la peli, no sea que se vuelva a topar con un micro abierto y...¡Bú!

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