Antonio Baños

Keynes el zombie

Hace un par de años, cuando la crisis empezó a dar avisos de su mala uva, los keynesianos del mundo se lanzaron al ataque. Inspirados por el fantasma de Roosevelt, se creyó que con un estímulo público a la producción y al consumo superaríamos el bache. En un plis, España se llenó de la cartelería del Plan E, ese efímero "trending topic" de nuestra economía que hoy es apenas un souvenir melancólico roído por la deuda pública. Fue entonces, en el 2009, cuando se publicó esa magnífica biografía-manifiesto titulada El regreso de Keynes (Ed Crítica) donde Robert Skidelsky reivindicaba la mano de santo del inglés a la hora de superar burbujas. Era para ellos un momento de euforia comprensible. Antes de la crisis, los keynesianos se habían visto relegados a las administraciones públicas en una especie de reparto de tareas bastante peculiar. El liberalismo más agresivo se dedicaba a las finanzas y al comercio mundial, mientras el compasivo keynesiano administraba los presupuestos domésticos con fines sociales y de estímulo productivo. Se invertía así el lugar natural de ambas escuelas. Los neolib controlaban el cotarro macro mientras que los neokeynesianos se acomodaban a su exilio micro. Ante el fracaso de la oleada de estímulos, regresaron los halcones e instalaron su guillotina recortadora que, de modo irónico, insisten en llamar austeridad. Pero claro, si se recorta no se produce y, lógicamente, aparecieron unas cifras de crecimiento de una debilidad preocupante. Y ahora, Keynes el zombie, parece que ha vuelto a levantarse. La prohibición europea de operar en corto, el impulso al Fondo de rescate o el debate sobre los Eurobonos, son unos aparentes signos de recuperación de la política sobre los mercados. Mientras, desde EEUU, Bernanke amortiza a modo la máquina de imprimir dólares. Empieza además, a quebrarse el consenso sobre el más sagrado tabú neoliberal: la inflación. ¿Es pues éste, otro regreso triunfal de Keynes de entre los muertos o sólo un movimiento pendular en busca del sonido de la flauta? Y otra más. ¿Nos servirá el viejo Keynes o deberemos inventar uno totalmente nuevo para esta complejísima crisis?

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