Crónicas Afganas

Libres gracias al fútbol

Sohaila Shalizi hinca la rodilla sobre la mullida alfombra verde para atarse la bota. El rocío de la noche ha impregnado el césped del estadio y unas pequeñas lágrimas resbalan por las afiladas hojas de la hierba del terreno de juego. La muchacha, con el diez a la espalda, pasa la mano con suavidad por el verde prado. Lo acaricia. Se siente afortunada. Se pone en pie mientras se coloca los alfileres que sujetan su hiyab (el pañuelo islámico) a su pelo y comienza a andar hacia el centro del campo donde el resto de sus compañeras empiezan a hacer ejercicios de calentamiento.

Mohamed Yasin, el entrenador, las vigila en silencio desde la banda. Es el seleccionador nacional del equipo femenino de fútbol de Afganistán y un hombre odiado por muchos afganos por permitir que una veintena de mujeres se desprendan de sus ropas para vestirse de corto- todas llevan las piernas tapadas con gruesas medias negras y usan camisetas de manga larga- y mostrarse en público delante de desconocidos.  "Sé que muchos afganos no aprueban lo que hago afirma mientras no quita los ojos del rondo de calentamiento. Pero no me importa. La mujer afgana ha estado sometida durante décadas al yugo masculino pero es hora de que empecemos a deshacernos de las tradiciones que nos impiden ver con claridad el futuro y avanzar. Ellas refiriéndose a sus chicas son el futuro y yo quiero apostar por ese futuro"...

Este grupo de valientes mujeres han decidido no ceder antes las tradiciones. Son las abanderadas de un país que quiere luchar contra la opresión que sufre la mujer y han decidido quitarse el burka y dejar de estar encerradas bajo la cárcel azulada a la que han sido condenadas por buena parte de la sociedad afgana, aunque sea sólo durante un par de horas. Esa lucha las ha llevado a disputar varios torneos internacionales en la vecina Pakistán, donde se proclamaron subcampeonas, o en Jordania, donde fueron aclamadas por el público asistente. Pero en su propio país se sienten menos preciadas y ese es el legado que no quieren dar a las generaciones venideras. Aún queda mucho camino por recorrer; no obstante deben de soportar comentarios maliciosos por parte de algunos hombres que acuden a verlas jugar, pero no por interés de ver sus evoluciones en el mundo del fútbol, sino por el morbo de verlas sin  burka. "Son los mismos que luego se llevan las manos a la cabeza cuando ven a una mujer por la calle maquillada y sólo con el hiyab me explican mientras sigo el entrenamiento desde la distancia. Los afganos jugamos con la doble moral, nos escandalizamos pero a la vez nos gusta ver las formas femeninas de una mujer. Las condenamos a vivir encerradas en nuestras casas y a ir tapas el resto de su vida pero luego acudimos a verlas jugar y a soltar frases malsonantes y desagradables".

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El futuro corresponde a las nuevas generaciones donde la mujer tiene mucho que decir. Foto: A. Pampliega

Debido a esta presión externa, las chicas que conforman la selección femenina de fútbol han sido relegadas a entrenar a un campo en pésimas condiciones y que se encuentra en el interior del Cuartel General de ISAF. Un campo rodeado de gruesos muros de hormigón y fuertes medidas de seguridad donde las chicas están a salvo de miradas indiscretas por parte de los afganos y donde los tentáculos de los talibán no pueden alcanzar para atemorizarlas e impedir que sigan jugando al fútbol.

Un pitido señala el final del entrenamiento. Las chicas se encaminan, poco a poco, hacia el vestuario; mientras me miran con recelo. Les sonrío para intentar ganarme su confianza pero ninguna me devuelve el gesto. Agachan la cabeza y se ciñen el yihab que enmarca sus delicadas facciones. Tienen miedo... por eso las restricciones a las que me he tenido que someter para estar aquí con ellas han sido bastante severas. "Nada de fotografías o vídeos", me aseguró mi fixer cuando me confirmó que podíamos asistir al entrenamiento.

El motivo no es el típico capricho de las rutilantes estrellas del balonpié que tienen prisa por abandonar el estadio y encaminarse a las fiestas que les darán refugio durante toda la noche. Ellas tienen miedo a que sus nombres salgan en la prensa. A que la gente las vea en pantalón corto. Miedo a los murmullos de la gente y que ese miedo las acabe retirando del fútbol, cercenando las únicas gotitas de libertad que pueden disfrutar en Afganistán. Ninguna quiere convertirse en la nueva Mahboba Ahdyar y acabar marcada de por vida en un país que no suele olvidar. Ahdyar era una prometedora atleta afgana, especialista en los 1.500 metros que se hizo mundialmente conocida gracias a que iba a ser la única mujer que representase a Afganistán en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. Pero unas semanas antes del inicio de los Juegos desapareció de un centro de Alto Rendimiento en Formia (Italia), a unos 170km de Roma, donde estaba concentrada preparando la cita olímpica. Sus maletas, su pasaporte, su vida... su nombre. Desaparecieron para siempre. Ese precedente sirve de triste recordatorio a todas las mujeres que continúan haciendo deporte en Afganistán.

Espero a Sohaila a la salida de los vestuarios. Es la única integrante del equipo que ha accedido a concederme una entrevista. Aunque recalcando que su rostro no puede salir... Otra vez el miedo. El temor a quedar marcada de por vida. El resto de sus compañeras comienza a abandonar el Estadio Nacional de Kabul ataviadas con el burka azul o con un chador que las cubre hasta los pies y con el hiyab que esconde sus cabellos evitando que los hombres puedan ver su pelo. En el terreno de juego todas las chicas son iguales... Pero fuera, la ropa las delata. Conservadoras o más liberales. Estas dos horas de entrenamiento son el único momento de libertad que conocen. El único momento del día en el que pueden desprenderse de sus disfraces y ser ellas mismas.

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Luchar contra las tradiciones es un desafio. Foto: A. Pampliega

Sohaila sale del vestuario colocándose los últimos alfileres en el hiyab de color verde esmeralda. Es una chica distinta al resto de sus compañeras. Maquillada y con una enorme sonrisa en los labios se lleva la mano al corazón para saludarme- las mujeres tienen terminantemente prohibido tocar a un hombre que no sea de su familia. Estudia magisterio en la Universidad de Kabul y su sueño es poder dar clases, como hizo su madre. "Me quedan dos años para licenciarme. Cuando termine la universidad me gustaría ir al extranjero a perfeccionar mi inglés para luego regresar a Afganistán y poder dar clases a los niños. Enseñar a leer y escribir es un regalo" chapurrea en inglés.

Sohaila es hija de una antigua profesora y de un médico jubilado. Ella, mejor que nadie, conoce los aciagos años que le tocó vivir durante el gobierno talibán. Con la llegada de los fundamentalistas las mujeres fueron obligadas a dejar sus puestos de trabajo y prohibieron a las niñas acudir al colegio. Durante esos cinco años fue la madre de Sohaila la encargada de transmitirle a su propia hija- y a otros vecinos de su barrio- todos sus conocimientos.

Sus padres y su hermano son sus grandes apoyos. Sobre todo su madre. Ella fue la primera en defender a su hija de los ataques de los vecinos que no ven con buenos ojos que la joven Sohaila se ponga un pantalón corto y una camiseta para jugar al fútbol. Pero ese mismo apoyo con el que cuenta esta niña no lo tienen varias de sus compañeras de equipo y eso la turba. "Algunas de mis amigas no han dicho a sus padres que después de clase acuden a entrenar afirma. Tienen miedo a que se enfaden y no las dejen venir más. Pero no por miedo a que los talibán nos asesinen... sino por los cuchicheos de los vecinos. La maldad de la gente muchas veces hiere más que las bombas y las balas.

Muchas de las compañeras de Sohila ya han alcanzado la edad para poder casarse- en Afganistán es legal que una chica de 16 contraiga matrimonio- y temen el día en que sus padres las obliguen a casarse con hombres que las duplican o triplican la edad. Por eso prefieren guardar silencio sobre su incomprendida pasión por el balompié porque es posible que, de hacerse público, sus futuros pretendientes pueden pensárselo mejor antes de aceptarlas como futuras esposas y madres de sus hijos.

La mujer aún continúa sometida al hombre y en muchas partes de Afganistán son un mero adorno decorativo que se mueve al compás que marcan sus maridos. Pero hay esperanza. Sohaila es un claro ejemplo de ello. "Las mujeres podemos salir solas a la calle, ir a la escuela, tabajar... enumera. Las cosas están cambiando y yo quiero que ese cambio continúe. Occidente nos debe ayudar a que esos avances continúen para poder disfrutar de nuestras libertades sin temor a ser lapidadas o apaleadas por enseñar los tobillos en público", afirma.

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Las mujeres aún siguen estando sometidas a una sociedad machista. Foto: A. Pampliega

En la actualidad, Afganistán cuenta con unas 2.000 chicas inscritas en la Federación de Fútbol de Afganistán en España sólo hay 10.000 y el número va creciendo cada día. Ese es el mejor ejemplo de que los tiempos mejoran en el país. Sohaila se siente una afortunada por poder disfrutar de su país y de no ocultarlo. Es un ejemplo para las afganas y para las mujeres. Con sólo 19 años lucha por lo que cree justo. Por ella; y por mujeres como ella, merece la pena seguir apostando por Afganistán.

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