Crónicas Afganas

El burka no es el problema

Desde Kabul.

La mayoría de las personas no sabrían ubicar Afganistán en un mapamundi. Pero todos, sin excepción, mencionaran la palabra burka para referirse a este país de Asia Central. Las imágenes de esa tela de color azulado que cubre por entero a las mujeres es un símbolo de la opresión utilizada, como pretexto, por las tropas aliadas para invadir Afganistán y proporcionar a las mujeres una dignidad que les ha sido arrebatada. Pero una cosa es verlo por televisión y otra muy distinta es vivirlo in situ. En Kabul, un alto grado de mujeres aún utiliza esta cárcel de tela para salir a comprar... Pero el problema que tienen las mujeres afganas no es el burka; ahí es donde nuestra sociedad no alcanza a mirar y donde la prensa extranjera deja de informar porque a nadie le interesa un puñado de mujeres. Nos quedamos en la primera capa, la visible y fácil de criticar, pero cuando deberíamos profundizar y llegar al meollo de la cuestión nos cansamos y pasamos a otro asunto.

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Detalle de una afgana con el burka cerca del Mercado de las mujeres en Kabul. Foto: A. Pampliega

Es cierto que las cosas han mejorado desde la llegada de las tropas extranjeras. Las niñas pueden acceder a una educación de la que los talibán las habían privado por el mero hecho de ser mujeres; las mujeres han vuelto a recuperar sus trabajos- maestras, enfermeras, doctoras, etc... Pero el camino aún es largo y tedioso y sólo se ha comenzado a dar los primeros pasos. Afganistán sigue siendo un país machista donde la mujer es un cero a la izquierda y debe sumisión absoluta al hombre.

Muchas familias cruzan los dedos para que el bebé que se gesta en el vientre de la madre sea una niña. Puedo chocar que un país machista acoja con los brazos abiertos a una niña; pero la explicación es bien sencilla. Son una fuente de ingresos muy importante para las familias. Me explico. Con el ‘primer periodo’ las familias comienza a buscar futuros pretendientes para contraer matrimonio con su niña. El afortunado tendrá que pagar entre 3.000 y 4.500 euros por la niña (puede ser en metálico, en tierras o en animales). Aunque la edad legal para que una niña se pueda casar en Afganistán es de 16 años la falta de juzgados o de jueces- aquí la justicia la imparten los mulá- hace que niñas menores de 13 años contraigan matrimonio con hombres que le triplican la edad. Los matrimonios de conveniencia son la norma en un país donde el amor entre un hombre y una mujer está mal visto.

Las niñas son ‘vendidas’ a su futura familia donde se convierten en esclavas sexuales- la primera noche serán violadas por sus maridos- y en esclavas domésticas. Ellas limpian la casa, hacen la comida, van al rio a por agua... "El futuro de la mujer afgana es limpiar y parir", comenta una cooperante española que reside en Kabul desde hace más de dos años. Esto hace que muchas niñas- sobre todo en zonas rurales- no vayan a la escuela porque sus propias familias ven con malos ojos que sus hijas reciban una educación cuando su futuro marido no sabe ni escribir su nombre. Prefieren educarlas desde bien pequeñitas en labores domésticas que les serán mucho más útiles en el futuro que leer un libro o escribir una carta sin faltas de ortografía.

Pero las mujeres afganas tienen más problemas que el burka. En el hospital de Herat, por ejemplo, existe la única maternidad de toda la provincia. Aquí las mujeres acuden para dar a luz, si viven en los alrededores- el resto deberá dar a luz en casas de adobe, sin luz, sin calefacción, ni agua corriente. Las matronas son un bien escaso en esta maternidad- de la epidural ni hablamos- las parturientes no reciben ayuda de matronas, enfermeras ni doctoras. Son las propias madres de las pacientes las que asisten a sus hijas en el parto. Las encargadas de hervir agua, limpiar al niño y cortar el cordón umbilical... Pero la cosa no queda ahí, las madres sólo pueden permanecer en el hospital un máximo de dos horas después de haber dado a luz. La falta de espacio hace que el reposo postparto sea una cosa que en este país desconocen. Según salen las madres entran otra nueva a ocupar su misma cama; donde los restos de sangre y placenta aún están frescos.      

Pero desde Occidente este tipo de cosas se tiende a olvidar y nos centramos en la tela azulada que oprime a las mujeres sin preguntarnos cuantos años de cárcel le puede caer a una mujer por no dormir una noche en su casa o las penas impuestas a las mujeres acusadas de adulterio- en todos los casos la palabra de un hombre pesará más que el testimonio de la mujer. El burka es un trozo de tela que se puede quitar fácilmente; aquí tienen problemas mucho más graves.

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