A ojo

Europa

Los políticos son necesarios, o por lo menos inevitables. Tal vez estén de sobra los filósofos o los poetas, los ingenieros o los militares, y, claro está, los curas. Pero sin los políticos las sociedades humanas no podrían funcionar. Suelen ser dañinos, de acuerdo. De ahí los ingenuos pero reiterativos movimientos antipolíticos, y hasta el viejo sueño imposible de la anarquía: ni dios ni rey. Sueño imposible, porque prescindir de dios es fácil: basta con declararlo muerto. Pero es imposible prescindir del rey, o del príncipe, para llamarlo como Maquiavelo: aunque lo maten, siempre está ahí.
Una de las pocas ocasiones en la historia en que no han sido dañinos los políticos ha sido la empresa de creación de la Unión Europea, que fue diseñada para que no hubiera más guerras. Antes, en la vieja Europa, los políticos no habían hecho otra cosa que llevar a los pueblos a todas las guerras imaginables, desde las del Peloponeso hasta las Mundiales. Y los tratados, los pactos, las alianzas, las asociaciones como la Liga de las Naciones o su sucesora la Organización de las Naciones Unidas que pretendían por consenso erradicar la guerra no pasaban de ser tertulias para sentarse a discutir sin compromiso. La novedad radical de la Unión Europea estriba justamente en la palabra "unión". No es un mero acuerdo de colaboración, sino una comunidad de intereses. Está bastante mal hecha, sin duda: llena de huecos y de trampas. Pero es, en sí, buena. Porque el que no haya guerras puede ser una mala cosa para la gloria y el poder de los príncipes, como explicó Maquiavelo. Pero es sin duda una cosa buena para la tranquilidad de los pueblos. Que son los que en las guerras ponen la sangre.

Pero los príncipes, por cuenta de las otras dos palabras del engendro de la Unión ("económica" y "monetaria"), no han sabido explicarles a los pueblos que su objetivo es político: la supresión de la guerra, dentro de Europa al menos, y no económico: la prosperidad generalizada. Por eso los ciudadanos se rebelan al ver que , como siempre, los que pagan son ellos: desde la débil Finlandia hasta la poderosa Alemania la gente protesta: ¿y por qué vamos a tener que pagar nosotros las deudas de los manirrotos griegos? Y también, por su parte, se sublevan los griegos: ¿y por qué nos quieren quitar lo bailao?
No es fácil ser príncipe. Nadie queda contento.

Más Noticias