A ojo

El detalle

No sé bien si ahora es Fitch, o Standard & Poor’s, o la otra: una de las tres autodesignadas y autodenominadas "agencias de calificación de riesgo", que por sí y ante sí han asumido la tarea de juzgar y absolver o condenar a los bancos, a las empresas, a los estados que se llaman y se creen soberanos; la tarea divina o demoníaca de decidir si los demás deben inspirar confianza, o no. Aciertan a veces, como las quirománticas de feria: "Ven aquí, hijo, déjame verte la mano, que parese un marqué". Y la mitad de las veces se equivocan. Fueron ellas –la caprichosa Moody’s, el Corriente y el Pobre, los nietos del señor Fitch– las que dieron altísima nota a todos los bancos multinacionales que hace tres años empezaron a caer derrumbados los unos sobre los otros como fichas de dominó, provocando la gran crisis financiera, y luego económica, y luego política, en que está hundido el mundo. Pero ahí siguen, impetérritas, leyéndoles a la fuerza y a cambio sólo de "la voluntad" las rayas de la palma de la mano a los imbéciles: "lo tuyo es AAAplus. O a lo mejor BBminus. Veo una morena en tu futuro. Ten cuidado con esa otra, que no te quiere bien".
Hace unos meses escribí aquí sobre ellas, comparándolas con las tres brujas de Macbeth, agoreras de desgracias. Shakespeare no dio sus nombres, pero ahora los conocemos: Standard & Poor’s, Fitch, Moody’s. Raros nombres. ¿Qué significan?

Pero ante todo: ¿quiénes son esas tres guardianas mundiales de la fe financiera (si es que tal cosa existe)? ¿Quién las nombró? ¿De quién dependen? ¿Ante quién responden? ¿Quién las sanciona cuando yerran o las premia cuando dan en el clavo? Nadie. Es posible tener o no confianza en los bancos centrales de los países, o también, o tampoco, en el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. Pero se entiende por qué mandan: detrás están los gobiernos de las grandes potencias económicas y militares del mundo. Pero estas tres empresitas privadas y particulares, y por añadidura generalmente equivocadas en sus pronósticos, ¿por qué diablos mandan? ¿Quién les mandó que manden? ¿El voto popular, el dogma de alguna religión, la tonta tradición, la fuerza bruta? ¿De quién cobran? ¿A quién pagan?
Ahí está el detalle, como decía el cómico Cantinflas. En una frase que es la traducción popular de otra del trágico Shakespeare: "That is the question".

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