Apuntes peripatéticos

Porfiarás y no rectificarás

A los políticos les cuesta admitir sus errores. Y más cuando los pillan con las manos en la masa o mintiendo. La tendencia a la huida hacia delante es en ellos, se diría, casi innata. ¿Quiénes se meten en tal profesión? Me parece que sólo (con alguna mínima excepción) gentes muy ambiciosas, peleonas y confiadas en sí mismas, capaces de dar, impertérritas, la cara en público. Lo cual, ya de por sí, las diferencia del resto de los mortales.

Ningún político ambiciona pasar su vida en la oposición. Lo que se busca es el poder. Y cuando se obtiene, la determinación de aferrarse a él debe ser prácticamente insuperable. Alguien, no recuerdo si Churchill, dijo que el poder corrompe y el poder absoluto, absolutamente. Por ello la democracia es el sistema menos malo que se ha inventado, con su sistema de pesos y contrapesos que hace posible la alternancia en el mando, y cierto control sobre las actuaciones de los gobernantes de turno.
¿Cuántas veces hemos oído por estos aledaños posfranquistas una palinodia contundente –que motivos ha habido– en labios de un político? Muy pocas. ¿Pidió disculpas a los españoles Felipe González por haber puesto a la cabeza de la Guardia Civil, nada menos, al ciudadano Roldán, sin comprobar sus pretendidas credenciales universitarias ni tener en cuenta actuaciones previas dudosas? Creo que no (aunque podría ser que me equivoque). En cuanto a Aznar, me imagino que nunca asumirá que fuera un imperdonable error meternos, sin permiso, en el debacle de Irak. Por todo ello el reconocimiento por Bermejo de inoportunidad me parece digna, aunque, si no sabía que iba a participar Garzón, ésta resulta, de verdad, muy relativa.

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