Apuntes peripatéticos

Luto diferido

Hace seis años otro Nobel que sabe estar, Seamus Heaney (muy a gusto, como Vargas Llosa, en este país) publicó una nueva versión de Antígona. Tuvo una enorme repercusión en el mundo de habla anglosajona, pues no es lo mismo una traducción académicamente correcta de la desgarradora tragedia de Sófocles que el esfuerzo de un poeta contemporáneo de la talla de Heaney por poner la obra al alcance del lector medio, lego en griego antiguo.

No pude por menos que pensar en el Nobel irlandés al leer el artículo de Manuel Vicent publicado en vísperas de Todos los Santos. Vicent también es grande, de lo más grande que tenemos en estos momentos, y su columna, titulada precisamente "Antígona", iba al corazón del problema moral más acuciante que padece actualmente el país: la inmisericorde renuencia de la derecha a asumir la criminalidad del régimen de Franco y la dimensión del holocausto llevado a cabo por el mismo. "El que después de 30 años de democracia y de libertad haya decenas de miles de cadáveres en sepulturas innominadas –escribía– supone la degradación más evidente de una conciencia colectiva". Así lo entiende uno también.
El PP ha dicho hasta la saciedad que quienes se empeñan en buscar a las víctimas del franquismo y darles decente entierro son unos irresponsables que sólo buscan reabrir heridas. Calumnia monstruosa: los ganadores, nuevos Creontes, no permitieron que aquellas se pudiesen cerrar, le prohibieron a Antígona inhumar a su hermano, impusieron el silencio y un luto diferido de crueldad indecible. Si no hay rectificación, no veo cómo España puede avanzar.

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