Apuntes peripatéticos

Infierno sonoro

Día 25 de febrero de 2009. El AVE Huesca-Madrid 03272 sale de la estación a las 08.10 en punto, según lo previsto. Voy en preferente (amable detalle de quienes me han organizado la visita). ¡Esto no es ningún machadiano vagón de tercera (con bancos de madera)! Me sumerjo gozoso en las páginas del Diario del Alto Aragón. Luego observo el paisaje.

En Zaragoza sube una grey de hombres de negocios. Son ya las nueve, las oficinas van abriendo y sé lo que me espera. Hoy la encarnación de la plaga es un ciudadano de unos 30 años que se acomoda en el asiento individual que se encuentra justo delante del mío. Empieza a llamar en seguida. No le veo, pero es imposible no oír absolutamente todo lo que dice. Tiene, además, una voz carrasposa, de esas que incluso hablando más o menos bajo irritan. "El mes que viene igual metemos 20 días... haré la trasferencia... vale, vale, Suso... ¡Coño, me va a querer decir ese señor que...! Mira, si te comportas bien, no te cobro hasta marzo, ¿entiendes? Vale, vale, venga, vale, venga...". Y así.

Mientras vamos alcanzando los 300 kilómetros por hora, las llamadas se multiplican. ¿Dos cada minuto? ¿Tres? Pierdo la cuenta. Todo un acoso. He olvidado mis tapones de cera, no tengo walkman, en absoluto me apetece escuchar la película. Lo único que deseo es que se calle de una vez este sujeto tan insensible a lo que le rodea.
En Holanda ya han introducido coches silenciosos para quienes, como uno, aman los trenes y gustan de leer y reflexionar en ellos. RENFE, nada. Pronto, además, se permitirán teléfonos móviles en los aviones, y la contaminación y la inanidad acústicas serán totales. ¡Qué horror y qué desesperación!

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