Apuntes peripatéticos

Enrique

No puedo presumir de haber sido íntimo amigo suyo pero sí de haber pasado momentos inolvidables durante años a su lado (Granada, Madrid, París, Atenas, Amsterdam...), momentos casi siempre relacionados, de alguna manera, con nuestra compartida pasión lorquiana. Para Morente, como granadino hondo nacido en el Albaicín de la inmediata posguerra, el descubrimiento paulatino de la obra de su genial paisano, así como de las circunstancias de la vida y trágico fin del mismo, fue determinante, como apenas pudo ser de otra manera. Y pagó aquella deuda con tanta entrega, tanto arte y tanto verdadero desgarro que sus nombres irán siempre unidos.

Nadie interpretó a Lorca como Enrique Morente, nadie supo transmitir como él los "sonidos negros" que proliferan en la poesía de quien también recibiera de los dioses el don de la música. En Omega (1996), acendrado homenaje a Poeta en Nueva York, lo demostró con creces, no sólo con su escalofriante versión del poema así titulado sino en las de composiciones como "Niña ahogada en el pozo", "Ciudad sin sueño" o "La aurora de Nueva York" (donde logra el milagro de hacernos compartir el gemido angustiado del amanecer mientras este vaga desnortado por los rascacielos, símbolo de lo antivital).
Iba por esos mundos ligero de equipaje y sin dárselas de divo, de elegido. Tenía un gran sentido del humor y, si tomaba muy en serio su vocación, no creo que se olvidara nunca de reírse un poco de sí mismo. Nos deja sumidos en el dolor pero con el inmenso consuelo de su cante, que ahora nos acompañará de manera aun más acuciante. Sit terra levis.

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