Apuntes peripatéticos

Falso testimonio

Aunque la mentira no figura entre los siete pecados mortales, el noveno mandamiento recogido por Moisés en el Sinaí sí arremete contra una variante especialmente venenosa de la especie. No hace falta ser latinista genial para descifrar el versículo de la Biblia Vulgata: "Nec loqueris contra proximum tuum falsum testimonium". "No dirás falso testimonio contra tu prójimo", ordena y manda Yahvé. O sea, que la calumnia está proscrita. No se trata sólo de no hablar mal del otro sino de no acusarle, sin pruebas –o inventándolas–, de haber hecho algo que no debiera.
Mi edición de la DRAE define así la calumnia: "Acusación falsa, hecha maliciosamente para causar daño". Los romanos, de quienes es la palabra, la utilizaban en exactamente el mismo sentido, con los correspondientes verbo, sustantivos y adjetivos. Es evidente que el ser humano practica desde hace milenios tan repelente vicio, reconocido como tal, y combatido, por los espíritus más finos de entre sus semejantes.

En 1987 Félix Grande publicó un libro memorable titulado La calumnia. De cómo a Luis Rosales por defender a Federico García Lorca lo persiguieron hasta la muerte. Rosales vivía todavía, pero la acusación de haber colaborado de alguna manera con los asesinos del poeta nunca le abandonaría. Así trabaja la calumnia.
¿Y hoy? Llama la atención el caso de María Dolores de Cospedal, que, experta en la táctica de acusar sin pruebas, y de no disculparse nunca, se va perfilando como consumada calumniatrix de la escena política actual. A ella, está claro, no le va para nada el noveno mandamiento.

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