Apuntes peripatéticos

Autocastrati

Lo dijo insuperablemente Voltaire: Chassez le natural, cela revient au galop. Luego lo confirmó Freud al formular su teoría del inevitable retorno de lo reprimido. El instinto sexual, por mucho que quisieran algunos, se opone con vehemencia a que lo excluyan, entierren, pisoteen, desprecien. Pese a las tentativas represoras, y aunque sea disfrazado, siempre vuelve a sus andadas, galopando
–Voltaire, con acierto, lo metaforiza como caballo– con fuerza

recrecida.

¿Sublimarlo, intentar encauzar tan tremenda energía hacia otras tareas, sobre todo religiosas? Difícil empresa. Y peligrosísima cuando a quienes se niegan voluntariamente a dar expresión natural a su sexualidad se les permite cuidar de niños y jóvenes. Lo cual a lo largo de los siglos, ha sido el caso de la Iglesia Católica.
Vengo de un país donde los curas han ejercido sobre las almas y los cuerpos de los demás un poder casi omnímodo. El Dublín de los años cincuenta y sesenta tenía un arzobispo talibán, un tal McQuaid, comparados con el cual parecen pedazos de pan Cañizares y Rouco. Hacía irrespirable la ciudad con sus prohibiciones y sus proclamaciones. Bajo su mandato los católicos no podían acudir a mi alma máter, el famoso Trinity College, por temor a ser contagiados de veneno librepensador, y Ulises sólo se podía conseguir bajo cuerda. Ahora sabemos que durante aquellas décadas se cometían en instituciones católicas de la isla, con impunidad, viles crímenes sexuales contra los niños. Honor al Gobierno actual de Irlanda que lo ha desvelado. Y cuidado redoblado, aquí y fuera, con la grey de los druidas célibes.

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