Apuntes peripatéticos

Tono Valverde y Doñana

Quería escribir una nota sobre Pinter y Miller –ambos juntos estos días, inolvidablemente, bajo el venerable techo del madrileño teatro Español–, pero, por un caso de cerebración inconsciente, se me impone Doñana y no hay nada que hacer. Somos, entre otras cosas, el camino que no emprendimos, el empeño que fracasó, aquel intento insistente que sin embargo no resultó. Y es que, pese a todos mis esfuerzos, no llegué a conocer a Tono Valverde. Me duele. Porque Valverde –¡qué apellido más hermoso para un ecologista, para un amante y defensor de la Naturaleza!–, fue uno de los que salvó Doñana, quizás quien más.

No puedo consultar mi archivo en estos momentos en que teóricamente estoy de vacaciones, pero creo no equivocarme al decir que fue Tono quien logró convencer a Franco, con mucha mano izquierda, de que para España y para el mundo era imprescindible conservar el Coto (así como fue Dalí quien le hizo comprender que Cadaqués necesitaba su intervención para que los del ladrillo no pudiesen cometer allí barbaridades). O sea, que había que salvaguardar aquella maravilla y que, si no lo hacía, incluso su propio prestigio internacional (allí la mano izquierda) se podía poner en entredicho.

Fuesen los que fuesen los matices del proceso –hubo también presiones de eminentes naturalistas extranjeros, sobre todo británicos y estadounidenses–, el hecho es que el régimen supo escuchar y actuar en consecuencia. Con el resultado de que Doñana, pese a todos sus problemas, se ha conservado. Gracias, Tono. Cuánto lamento no haber podido ver contigo los ánsares al amanecer.

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