Apuntes peripatéticos

Ojos asesinos

Corría el año 1991 y me encontraba en aquel baserri con un equipo de la BBC para filmar una entrevista con la madre de un etarra encarcelado. Queríamos conocer su opinión sobre los atentados, por qué a su juicio la banda utilizaba todavía métodos tan sangrientos, con España ya en democracia, cómo era ser progenitora de un hijo capaz de matar a tales alturas en nombre de una creencia nacionalista.

Se había acordado de que, si bien las preguntas se formularían en español –el idioma del enemigo–, ella contestaría en euskera (nos acompañaba una traductora). Y así fue hasta el momento en que tanto se encolerizó que, sin darse cuenta de ello, empezó a expresarse en castellano, en el castellano magnífico, enjundioso, que se suele escuchar por aquellos pagos. Así seguimos unos cinco minutos hasta que, al percatarse del error cometido, la mujer volvió, lívida, al euskera. La cámara captó la rabia que le produjo la realización del desliz. Fue un happening televisivo de profundo dramatismo.

Lo que recuerdo sobre todo de la entrevista son los terribles ojos de aquella madre, ojos implacables, llenos de odio: los de una fanática capaz de todo (no por nada, procede el término del latin fanus, templo). Ella no dudaba de que el ejercicio de la violencia, incluso del asesinato, era válido cuando se trataba de combatir a los adversarios de Euskal Herria. Pensé entonces que, con gente así en el poder, poca libertad tendrían los habitantes de tan excluyente espacio. Acabamos de ver que ETA sigue hoy en lo de siempre, pese a saber que salirse con la suya es ya imposible. Qué barbaridad.

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