Apuntes peripatéticos

Pena negra

Fue la otra noche en Cuatro, en el nuevo espacio de Iñaki Gabilondo (que a mí, entre paréntesis, me gusta menos que el formato anterior, con el cotidiano e imprescindible comentario del gran periodista al principio). No retuve su nombre, pero su cara dolorida y sus palabras apesadumbradas se me quedarán grabadas en la memoria. Esta mujer de pelo albo y vestido oscuro ("¡Oh blanco muro de España! / ¡Oh, negro toro de pena!") lleva 30 años visitando cada día la cuneta donde yace su ser querido en las afueras del pueblo.

Y 30 pidiendo sin éxito a las autoridades de la España pretendidamente democrática que por Dios y por su Santa Madre le permitan exhumar aquellos restos y darles el entierro digno que se merecen. Yo he mirado los ojos de esta mujer, que tanto han llorado, y he despreciado, una vez más, a quienes todavía se oponen a que las familias de los vencidos tengan los mismos derechos que disfrutaron bajo la brutal dictadura franquista las de los vencedores. Vencedores que todavía se niegan a perdonar, que rechazan la misericordia, pese a la religión de amor que dicen profesar y que, en realidad, traicionan.

La imagen ha coincidido en el tiempo con la de Garzón entrando a declarar ante un Tribunal Supremo capaz de admitir a trámite la querella que ha puesto contra él, por supuesto delito de prevaricación, un grupo ultraderechista autodenominado, para más inri, Manos Limpias. El juez ha actuado impelido por el deseo de ayudar a las víctimas, personas como la pobre enlutada que hemos visto en Cuatro. Estemos atentos a lo que diga ahora el instructor del caso.

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