Apuntes peripatéticos

Numancia

Sitiada durante dos décadas y finalmente conquistada en 134 a. C. por un exasperado Escipión el Africano –que apenas encontró dentro a medio centenar de supervivientes–, la ciudad celtibérica de Numancia humilló a Roma y pasó a integrar el imaginario español nacional como magno símbolo de arrojo y fortaleza.
Hace años me emocioné al descubrir que, gracias al obelisco allí levantado, el histórico lugar es visible –con prismáticos– desde la cumbre de la montaña que domina Soria, Santa Ana, inmortalizada por Machado en uno de sus poemas castellanos más emblemáticos: "A orillas del Duero". Desde dicha cumbre, hoy brutalmente ultrajada por antenas y demás parafernalia televisiva, pude apreciar que Numancia conservaba entonces intacta su prístina relación con el hermoso paisaje circundante.

Aquella relación está ahora seriamente amenazada por tres macroproyectos. En el margen izquierdo del Duero, a poca distancia del yacimiento, se planifica construir el polígono industrial Soria II. En el término municipal de Garray (donde se encuentra Numancia) se prevé la erección de 300 chalés. Y, lo más grave, en el borde mismo de las ruinas –y con la aprobación de la Junta de Castilla y León– se quiere instalar una zona de 552 hectáreas cínicamente designada Ciudad del Medio Ambiente, con 790 viviendas, 2 hoteles y un parque industrial.
Ha habido protestas, nacionales e internacionales, entre ellas la de la Real Academia de la Historia, pero por ahora sólo se ha frenado Soria II. Harán falta testarudez y arrojo auténticamente numantinos para salvaguardar el entorno del mítico enclave. Y uno se pregunta, ¿ya no queda nada sagrado?

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