Apuntes peripatéticos

Regalos

Abril es el mes más cruel", nos asegura el "yo" del primer verso del poema más famoso de T.S. Eliot. Entiendo, sin embargo, que diciembre es un candidato más apropiado para ocupar el puesto.

No debería de ser así, toda vez que el solsticio de invierno, ya otra vez en puertas, las tiene todas para ser motivo de festejos, por lo menos en el trozo del globo terrenal que nos toca a los europeos, máxime a los septentrionales. Pues, ¿no significa que a partir de ahora los días se van a alargar poco a poco, que ya se está preparando –aunque todavía tarde en llegar– la primavera? ¿No es heraldo de renacimiento, de vida nueva, de eclosiones y expansiones? Indudablemente. En el declive del año viejo se nos invita a dar por acabado un ciclo y a celebrar la inauguración de otro. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que ofreciendo un regalo a nuestros seres queridos?

No por nada se situó el natalicio de Cristo en tales fechas (aunque realmente ocurriera en otras), incorporando, si bien adaptadas, prácticas paganas anteriores. Y es bella la historia de los Reyes Magos, sorprendidos al descubrir que sus lujosas dádivas desentonan brutalmente con la pobreza del fugaz hogar señalado por la estrella. El problema es que la entrega obligatoria de regalos que hoy marca la tan comercializada efeméride cristiana es incompatible con la espontaneidad del gesto bíblico. Y a menudo con la caridad. Pienso en los excluidos y los solitarios que tanto sufren en estas fechas, en los millones de niños cuyo único aguinaldo va a ser hambre y muerte. Y pienso que no hay derecho.

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