Apuntes peripatéticos

Olas y montañas

Los que me hacen el favor de leer estos breves apuntes saben que el Dios del Antiguo Testamento no me gusta especialmente. También se habrán percatado de la admiración que me suscita el personaje extraordinario que, según nos insisten, era su hijo. Porque, fuera quien fuera y viniera de donde viniera –la documentación contemporánea es escasísima–, su mensaje de amor al prójimo sigue siendo tan revolucionario hoy, y tan poco practicado, como cuando andaba por aquellos andurriales palestinos.

Y sobre el mar. Para mí, como para Antonio Machado, aunque por diferentes razones, el Cristo capaz de darse un tranquilo paseo por las olas encierra una fascinación especial. El poeta, obsesionado con el paso del tiempo que todo se lo lleva por delante, se fija en las efímeras huellas acuáticas dejadas atrás por el maestro ("caminante no hay camino, sino estelas en la mar"), pero no alude a las palabras que dirigió a Pedro en aquella ocasión. Palabras que contienen, o así me parece a mí, una muy útil lección de autoayuda práctica, sin necesidad de creer en un más allá hipotético.

Pedro, al ver a Cristo desde la playa, echa a andar hacia él sin pensárselo dos veces. Al principio todo va de perlas pero luego el mar se encrespa, el terror se apodera del pescador y se empieza a hundir. "Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?" (Vulgata: "Modicae fidei, quare dubitasti?"), le reconviene el experto en cómo mover montañas.

Para lograr salir adelante en este valle de sufrimientos es recomendable tener fe en la fe. Barack Obama, está claro, sabe no poco del tema.

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