Apuntes peripatéticos

Tristeza

Sobre todo tristeza. ¿Desesperación, rabia, desánimo, la sensación de que todo ha sido inútil, de que no vale la pena seguir? Ello también, por supuesto. ¡Cantidad! Pero sobre todo tristeza, la tristeza de ir comprobando que la España anhelada, la España reconciliada, la España generosa capaz de afrontar el horror del genocidio franquista y de construir en consecuencia un futuro sólido y solidario aún no se ha hecho realidad, que seguimos viviendo en una especie de democracia vigilada, que hay todavía mucho miedo y, me atrevo a decirlo, mucha cobardía no confesada. ¿Fue una ingenuidad creer, querer creer, que, sorteados los difíciles escollos iniciales, conseguida la reincorporación a Europa, transcurridas más de tres décadas desde la muerte del caudillo, pudiera haber por fin justicia para con las víctimas de aquel brutal régimen, para con los miles y miles de asesinados que todavía yacen en cunetas y fosas comunes alrededor del país? Quizás sí, quizás fue una ingenuidad. Quizás se está comprobando.

Una y otra vez, a lo largo de los últimos años, hemos tenido que escuchar la vil acusación de que, al querer rescatar los restos de los sacrificados, la "agenda secreta" de las asociaciones para la recuperación de la memoria ha sido la de reabrir heridas "felizmente cerradas". Y ahora resulta que unas organizaciones ultraderechistas van a lograr sentar a Garzón en el banquillo, para vergüenza de España ante el mundo. El daño puede ser irreparable, aquí y fuera, pero a los adversarios del juez les importa un bledo. Tristeza, pues, honda, lacerante.

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