Apuntes peripatéticos

Recodos de sombra

Qué sería de este corral nublado? ¿Qué seríamos los españoles?", pregunta Max Estrella en Luces de bohemia. La Península ibérica resultaría irreconocible, desde luego, sin el sol de justicia que la machaca cada verano, raras veces tan brutalmente como hogaño.
Un sol así exige que las criaturas expuestas a sus rayos tengan siempre donde refugiarse. No sé si alguien ha reunido una antología de los versos en los que los poetas españoles han celebrado, a lo largo de los tiempos, los rincones bucólicos que permiten gozar de la luz solar de la patria tamizada por vegetación cómplice. Valdría la pena.
Entre mis preferidos figuran los de Garcilaso de la Vega, cuya evocación, en tres estrofas de su Égloga Tercera, de una "espesura" de verdes sauces en la ribera del Tajo, cerca de Toledo, es uno de los prodigios de la poesía europea. Dicha espesura ofrece una doble protección, pues va "revestida y llena" de tupida hiedra que "así la teje arriba y encadena /que el sol no halla paso a la verdura". Remueve el bosquecillo un manso viento; abundan las flores; el río "baña el prado con sonido,

/alegrando la hierba y el oído"; susurran las abejas; y, para que no falte nada, he aquí que, peinando sus cabellos de oro, saca la cabeza de la mansa corriente una preciosa ondina.
Cuatro siglos después, en A orillas del Duero, otro gran poeta, Antonio Machado, busca afanosamente "recodos" umbríos donde guarecerse de la canícula durante su penosa subida a la cumbre de Santa Ana, en Soria.
Sol y sombra, claroscuro contundente. ¡Viva España!

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