Aquí no se fía

En la patronal también hay podredumbre

Los empresarios están que fuman en pipa por el irrespirable ambiente político que reina en España, derivado en buena medida de los cada vez más irritantes casos de corrupción que un día sí y otro también llegan a conocimiento de la opinión pública. Así ha quedado de manifiesto durante el último Congreso Nacional del Instituto de la Empresa Familiar, celebrado en Alicante y en el que, como ya es tradicional, se pidió a los asistentes su opinión al respecto. El resultado fue abrumador: pese a apreciar síntomas de mejora en la economía, el clima político lo puntuaron con un 1,08 sobre 9, la mitad que en 2013 y la nota más baja desde que se realiza esta encuesta.

Sin embargo, los empresarios no son un mero sujeto pasivo del clima que con tanta dureza califican, habida cuenta de los poco edificantes comportamientos que llevan años aflorando en algunas de sus principales organizaciones representativas. Unos comportamientos frente a los que han demostrado escasa diligencia casi siempre, con el discutible pretexto de evitar conflictos institucionales, a pesar del grave daño reputacional que con ello se inferían. Hay tres ejemplos paradigmáticos de que los empresarios no practican el rigor que echan de menos en los demás: el de Gerardo Díaz Ferrán en CEOE, el de Arturo Fernández en CEIM y el de Jesús Terciado en Cepyme.

Díaz Ferrán se atrincheró al frente de la gran patronal hasta meses después de que saltara el escándalo de su nefasta gestión del Grupo Marsans, al que llevó a la quiebra. Apenas encontró oposición interna y salió airoso de todas las reuniones de los órganos de gobierno en las que pidió y obtuvo una fraternal comprensión para sus problemas empresariales. Sólo cuando la situación se hizo insostenible, sus vicepresidentes le presionaron hasta conseguir que diese un paso atrás, pero no lo suficiente para que dimitiera. Díaz Ferrán se limitó a adelantar las elecciones y no mucho después entraba en la cárcel para responder de graves delitos por los que aún espera allí sentencia.

El caso de su cuñado Arturo Fernández es igual o más sangrante, pues no sólo ha llevado a la ruina al Grupo Cantoblanco, que está en concurso de acreedores, sino que ha protagonizado algunos episodios que no hablan bien de él precisamente. Fue sorprendido pagando en dinero negro las horas extras de sus empleados y anda en líos judiciales por su condición de consejero de Bankia y antes de Caja Madrid. Por si fuera poco, Arturo Fernández figura entre los beneficiarios de las tarjetas opacas emitidas por estas entidades, contra las que incluso cargó comidas en sus propios restaurantes. Aun así, sigue siendo presidente de CEIM con un apoyo casi unánime.

Es verdad que Arturo Fernández se ha comprometido a irse dentro de unos meses, cuando remate varios proyectos que tiene entre manos; pero mientras tanto ahí está, representando a los empresarios madrileños como aquí si no hubiera pasado nada. Cosa que no ha conseguido Jesús Terciado, quien pretendía ceder temporalmente sus funciones de presidente de Cepyme hasta que los tribunales se pronuncien sobre una demanda presentada contra él por haber facturado a través de sus empresas por el desempeño de un cargo que no estaba remunerado. Al final le han obligado a dejarlo, aunque después de que el asunto se pudriera durante casi cinco meses.

No son éstos los únicos casos de actitudes nada ejemplares en la clase dirigente empresarial, pero sí los más graves que se conocen por ahora, pues tienen como protagonistas a dirigentes de primer nivel de CEOE y de sus dos mayores organizaciones. Sin embargo, no hay noticia de que en el congreso de Alicante se hayan levantado voces cualificadas para denunciarlo. Como si toda la basura estuviera en la política, como si la honestidad sólo fuera exigible a los poderes públicos, como si los empresarios no tuvieran también la imperiosa necesidad de barrer su casa.

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