Aquí no se fía

¿Qué pintan las pymes y la banca en esta CEOE?

La CEOE ha optado por la continuidad, aunque son muchos los que aspiran a una renovación, como se puso de manifiesto en las elecciones presidenciales celebradas el pasado miércoles. Juan Rosell se alzó con el respaldo suficiente para afrontar un segundo mandato, pero sólo por 33 votos de diferencia sobre un total de 657. El otro candidato, Antonio Garamendi, que ya está al frente de Cepyme, logró aglutinar a los descontentos y a punto estuvo de dar la sorpresa. Probablemente, ni él mismo se crea todavía el resultado que cosechó, en vista de las poderosas fuerzas que tenía enfrente.

Es verdad que detrás de Garamendi estaban federaciones sectoriales de mucho peso en la CEOE, como la del metal o la de la construcción, que le animaron a presentarse hace un par de meses. Sin embargo, Rosell contaba con el apoyo de las corporaciones aglutinadas en torno al Consejo Empresarial de la Competitividad (el lobby del Ibex 35) y con el de la no menos influyente Asociación Española de Banca (AEB). Unos y otros fueron determinantes para su reelección, igual que la desafección de última hora de algunos representantes de la patronal madrileña (CEIM) que habían prometido votar a Garamendi.

Basta con repasar su trayectoria para advertir que Rosell llevaba mucho tiempo trabajándose esos apoyos, sin importarle las reticencias que tal actitud despertaba entre sus compañeros de organización. Al Consejo Empresarial de la Competitividad, y sobre todo a su presidente, César Alierta, que lo es también de Telefónica, lo ha tratado con guante de seda, pese a que su existencia relega a la CEOE como interlocutor privilegiado ante el Gobierno. Con la banca, por otra parte, se ha mostrado siempre muy comprensivo, hasta el punto de justificar abiertamente su cicatería con el crédito, que a lo largo de esta interminable crisis ha llevado a la tumba a tantas empresas.

Rosell puede excusarse alegando que, a fin de cuentas, los grandes grupos y las instituciones financieras también se encuentran dentro de la CEOE y que él debe un presidente para todos. Pero eso, que parece de pura lógica, merece alguna matización. No tiene sentido que en una patronal acaben imponiéndose los criterios de quienes son una minoría del tejido empresarial, sólo por el hecho de que paguen cuotas más altas porque su facturación es mayor. Como tampoco lo tiene, ni hay demasiados antecedentes en el mundo, que a la banca la represente la misma organización que al resto de las empresas, toda vez que sus intereses son muy diferentes y con bastante frecuencia contrapuestos.

De ahí que sea procedente preguntarse qué pintan las pequeñas y medianas empresas en la CEOE, cuando además ya tienen a Cepyme para defenderlas, y a las cámaras de comercio, cuyo papel ha vuelto a reforzar el Gobierno. Unas pequeñas y medianas empresas que probablemente no entiendan, con razón, por qué llevan treinta y siete años sentadas junto con los banqueros como si fueran colegas, cuando su negocio pasa tantas veces por hacerles más difícil la existencia.
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