Aquí no se fía

Volkswagen: mucho más que "una cagada"

¿Quién nos iba a decir que Angela Merkel, tan dada a dar lecciones de cómo debemos organizar nuestra casa los demás, tenía la suya sin barrer? El escándalo de Volkswagen ha puesto en evidencia que ni siquiera en Alemania, que se postula como ejemplo para el resto de Europa, todo lo que reluce es oro. La joya de su corona, la empresa que figura en vanguardia de la industria automovilística mundial, resulta que acumulaba basura bajo las alfombras. Una basura que nadie hasta ahora había sabido o había querido ver.

El máximo representante de Volkswagen en Estados Unidos ha dicho que falsear los detectores del poder contaminante de sus motores diésel fue "una cagada". Yo creo, sin embargo, que esa consideración es demasiado benévola, porque no se trata de un error técnico, ni de una decisión estratégica desafortunada, sino de una estafa en toda regla. Estafa de la que han sido víctima quienes compraron sin saberlo vehículos que estaban trucados, pero que también va a tener letales consecuencias para la salud pública de los países por donde circulan.

Las emisiones de gases tóxicos generadas por esos automóviles son hasta cuarenta veces mayores de lo que indican sus especificaciones técnicas. Lo cual, si se tiene en cuenta que hay al menos once millones de unidades afectadas, supone un grave daño para el medio ambiente. Con la particularidad de que Volkswagen lo ha infligido con el único propósito de preservar su privilegiada posición en el mercado, alardeando de una experiencia de conducción que sin trampas no hubiera superado a la que ofrece su competencia.

Ésa es la madre del cordero y no los 600 euros por coche que habría costado hacer las cosas bien. Al fin y al cabo, si las cuentas no me fallan, el ahorro total ha sido de 6.600 millones de euros desde que hace nueve años comenzó el fraude. Una cantidad importante, sin duda, pero que es poco más de la mitad de los beneficios declarados sólo en 2014. Y que, desde luego, está muy por debajo de lo que seguramente deberá pagar Volkswagen en multas e indemnizaciones, que hay quien ha cifrado ya en torno a los 18.000 millones.

Que el escándalo se lleve por delante un gigante así no resulta fácil, porque en este capitalismo tan peculiar siempre se le ocurrirá a alguien cómo hacer que los ciudadanos acaben pagando los platos rotos. Pero que sobre sus marcas (Volkswagen, Audi, Seat) caiga desde ahora la sombra de la sospecha es inevitable, como han olfateado desde el minuto uno los inversores, que han impuesto un duro castigo a su valor en bolsa. Y el resultado ya se imaginan el que va a ser: menos ventas, menos producción, menos puestos de trabajo.

Ante una situación así, además, la desconfianza suele hacerse extensiva a otros fabricantes y puede que al conjunto de la industria alemana, siempre tan solvente en apariencia. De modo que al final, como ya han anticipado algunos expertos, el quebranto de este escándalo quizás sea mayor que el que hubiera causado al serio y laborioso país de Angela Merkel la quiebra de la perezosa y manirrota Grecia.

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