Aquí no se fía

La extraña alumna Cifuentes

Episodios como el protagonizado esta semana por Cristina Cifuentes no son precisamente los que más convienen al prestigio de la universidad. Ni al de la Rey Juan Carlos, que es donde obtuvo la presidenta de Madrid su título de máster, ni al de la universidad española en general. Una institución donde debería imperar la excelencia y que, con cosas como ésta y otras parecidas, se granjea fama de chapucera, si no de fraudulenta.

Que un profesor se equivoque al transcribir la nota de un alumno, es frecuente; que dos profesores yerren al transcribir las notas de un mismo alumno, resulta más difícil; que encima ambos errores consistan en poner "no presentado" donde debía figurar un 7,5, parece ya mucha casualidad. Pero lo más chocante para mí es que ese alumno no advierta el fallo hasta dos años después, cuando solicitó la expedición del correspondiente título.

Por aquel entonces, Cifuentes era una atareada delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid y sus defensores sostienen que, con tantas ocupaciones, no se preocupó de comprobar sus notas del máster. ¿No tuvo tiempo para eso, pero sí para cursar un posgrado de 15 horas presenciales a la semana, mientras desempeñaba un cargo entre cuyas obligaciones se cuenta nada menos que velar por la seguridad de la capital de España?

No soy profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, pero sí de la Complutense, y les aseguro que, cuando he publicado mal alguna nota, los alumnos afectados no han tardado ni cinco minutos en reaccionar. Me han buscado en mi despacho, me han escrito correos electrónicos, me han llamado por teléfono... Siempre han movido Roma con Santiago hasta que el error estaba subsanado, porque lógicamente les iba mucho en ello.

A Cifuentes, sin embargo, le debía de preocupar tan poco su máster que ni siquiera estuvo pendiente de las notas. Porque, si le hubiera preocupado, no habría esperado dos años a solicitar el título y, sobre todo, se habría cerciorado, cuando terminó, de que todo estaba en orden. Más aún después de haber hecho el sobreesfuerzo de compaginar sus estudios de posgrado con unas obligaciones políticas de notable importancia.

Esa aparente dejadez contrasta con el celo que la universidad está poniendo en preservar la intimidad de Cifuentes, al negarse a exhibir con ese pretexto su examen y su trabajo de fin de máster. Si realmente los hizo, ella debería ser la primera interesada en despejar cualquier duda. Pero no debe de entenderlo así, lo que la convierte, se mire como se mire, en una alumna muy extraña.

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