Cuaderno de Bitácora

Seis días en el Arctic Sunrise

Convivir una semana con la tripulación del Arctic Sunrise es un raro privilegio. Y es raro porque hay experiencias que no se pueden ni se deben explicar. Preguntarle a un montañero por qué arriesga su vida obtendrá como respuesta algo tan parco como el "porque está ahí" de George Mallory, que a pesar de haber pasado a la historia, muy bien pudiera deberse a un intento del escalador de quitarse de encima una pregunta tonta. Los porqués de los voluntarios de Greenpeace, al menos los generales, son muy evidentes. Los porqués individuales son tan variados como los mismos activistas.

La vida a bordo del Arctic Sunrise, donde hay quince tripulantes de once países distintos, no es cómoda. A la falta de intimidad y las estrecheces, hay que sumar las veces que los ecologistas ponen su vida en peligro cuando bloquean con sus zodiacs el paso de un barco mucho mayor o se enfrentan a la reacción imprevisible de las tripulaciones de los barcos que abordan o impiden faenar.

Al levantarse por las mañanas, hay que establecer turnos para todo. El de la litera de arriba debe tener cuidado de no caer sobre el de abajo. Sacar unas botas y calzárselas tiene algo de equilibrismo y de partida de Tetris. No se puede hablar en alto por los pasillos, pues los que acaban de salir de guardia están durmiendo.

En cada ocasión que se sube o baja una escalera, el movimiento es mucho más evidente; algunos visitantes no han escapado a los efectos del mareo. La hora de servicio obligatorio es justo después del desayuno. Cada uno elige la zona que limpiará ese día. Los invitados no hemos tenido que limpiar los servicios porque alguien los eligió antes que nosotros.

El ruido de la sala de máquinas es un rumor constante, incluso cuando el barco está detenido en puerto. Es frecuente ver a Luis Fernando y a Fredy, el segundo maquinista, con los auriculares que necesitan para evitar el fuerte sonido de su lugar habitual de trabajo. "Trabajé cinco años en la Marina Mercante... La diferencia con Greenpeace es que lo que transportamos aquí es el mensaje", dice Luis Fernando.

François es el responsable de alimentar a la tripulación. Su trabajo, con el mar picado, no es sencillo. Las bandejas son tan sugerentes y apetecibles que es fácil olvidar que no es la hora habitual del almuerzo. Se puede repetir cuanto se quiera, pero no está bien visto dejar comida en el plato. En el comedor, están prohibidos los móviles y si a alguien le suena, tiene que pagar como multa una caja de cervezas a la tripulación. El trato ha sido extraordinario, aunque ha habido alguna amable reprimenda cuando han descubierto que los visitantes llevaban pilas no recargables o cometían alguna otra ofensa contra el medio ambiente.

El trabajo termina a las 17:00 horas y la cena se sirve una hora más tarde. Después de eso, a excepción de los que están de guardia, cada uno puede hacer lo que quiera. Como no se puede fumar en el interior, en cubierta los fumadores disfrutan del sonido del mar, el cielo estrellado... Las luces atraen a las polillas y los peces saltan fuera del agua para atraparlas.

No se escuchan gritos, órdenes o voces más altas que otras, ni siquiera cuando se planean acciones. Todos participan en la toma de decisiones. El ambiente es distendido y los temas están salpicados de bromas. Tras las acciones de protesta realizadas en Levante, coincidiendo con el IPCC, el Arctic Sunrise pone proa a Calgiari, en Italia, para seguir con su lucha por el medio ambiente.

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