Puntadas sin hilo

El magnífico discurso-trampa

 

Todos los diputados son unos miserables políticos. Es patente que, aun siendo tramposo el discurso de ayer de Zapatero – que parte de y termina en la injusticia capitalista, pero estuvo maravillosamente estructurado y lleno de contenidos, para ellos, ortodoxos – si todos los diputados quisieran, si se lo propusieran en bloque, la terminación de la crisis y del desempleo de tantos españoles sería no solo posible, sino bastante fácil. Pero prefieren seguir en sus torres de marfil y egoísmo, prefieren increparse sobre el pasado y no buscar soluciones para el presente y futuro. Lo que estos representantes hacen es la negación de la democracia de la manera más abyecta e impura.

Dice Zapatero que hay que repartir con la mayor equidad el coste de la crisis, pero no lo ha hecho ni parece por lo dicho que vaya a hacerlo. Es rechazable que Zapatero legitime su actuación en defensa del durísimo sistema de los débiles frente a los poderosos amparándose en la evitación de la quiebra social, como si ésta estuviera en peligro. Es el truco y argumento de todo aquél que justifica la injusticia desde la filosofía del miedo. Quieren llamar justicia social a la caridad. Resulta asombroso que nadie hiciera ni la menor mención a la práctica impunidad de las clases pudientes y su fiscalidad, verdadera clave de la insatisfacción social. Y tiemblen: Rajoy, por su parte, repitió que las reformas hay que hacerlas, pero de verdad. En cualquier caso, la diferencia profesional entre Zapatero y Rajoy es como la que pueda existir entre alguien moderno y acoplado a su tiempo, y alguien que no va más allá de representar a un miembro de casino provincial del siglo XIX.

Hasta en la emocionada y exquisita despedida del Presidente Zapatero fueron incapaces del menor reconocimiento, ni uno se levantó, ni un solo aplauso de quienes no eran del Partido Socialista. Ni un gesto de humanidad, el odio en los cuerpos, y les faltó tiempo para salir a los pasillos frente a las cámaras, y decir lo que ya desde días anteriores sabían que iban a decir. ¡Qué vergüenza de diputados! Porque lo de los aplausos constituyó un auténtico fanatismo llevado al paroxismo. Les da igual lo que digan. Lo grave es que a los ciudadanos también les da igual ya lo que digan todos ellos.

Porque, ¿ha sido servido para algo el debate, ha sido útil?

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