Puntadas sin hilo

Crónica de algo bueno

Por fin algo bueno: Los Juegos Olímpicos. Quienes no amamos el deporte debemos reconocer que la ceremonia de ayer de apertura de los Juegos Olímpicos Londres 2012 fue un espectáculo fascinante. Bien es cierto que la ideación y desarrollo no se debió a un deportista, sino a un hombre de la cultura, el director de cine Danny Boyle.
Mantener absortos a los espectadores durante cuatro horas demuestra el éxito de la inauguración y el interés que produce el deporte. Solo la figura patética del ex campeón mundial de boxeo Muhammad Ali, ex Casius Clay, puso un punto de amargura y la incomprensión de que esta actividad del boxeo pueda ser considerado deporte. No hay derecho a exhibir a Muhammad Ali convertido en un ser inválido físico y cerebral.

Pero es justo reconocer que en la actualidad el deporte es el único, y por tanto máximo, exponente de la concordia entre los seres humanos. Hasta la participación femenina por primera vez absolutamente en todos los países del mundo fue y es una demostración de que las desigualdades de sexo están llamadas a desaparecer. Las diferencias religiosas o raciales que tanto dañan a las relaciones humanas también han sido fulminadas en el deporte y sus manifestaciones.

El deporte es un inmenso negocio mercantil a escala mundial, y, sin embargo, en los Juegos Olímpicos los intereses comerciales de los deportistas quedan reducidos a premios simbólicos de escasa cobertura económica, y el orgullo de participar y ganar es su signo distintivo, junto con el intento de mostrar a dónde puede llegar el límite humano del esfuerzo físico.

En opinión generalizada, esta inauguración ha sido la más brillante de todos los Juegos Olímpicos celebrados en la historia. Solo el muy aclamado y espectacular encendido del pebetero fue superado, en mi criterio, por el de Barcelona 92 con el arquero que lanzó su flecha en llamas con un arco primitivo haciéndola caer en el copón del que surgió el fuego de la antorcha olímpica definitiva. La de ayer fue la tecnología más refinada y avanzada frente a la humildad romántica de un hombre con su solo arco y flecha. Yo me quedo sin dudarlo con este último, mucho más humano.

La de anoche fue también una amenísima lección de Geografía e Historia de Gran Bretaña. Ver y oír al enorme actor Kenneth Branagh recitar a Shakespeare en medio del estruendo del nacimiento y desarrollo de una nación fue conmovedor y apasionante y la reivindicación suprema de la cultura.

Únicamente, entre el alarde de las múltiples muestras imaginativas del país se echó a faltar la representación de alguna cumbre del teatro musical inglés, como pueda ser Jesucristo Superstar.

La banda sonora fue un regalo impresionante durante las cuatro horas, ajustadísima a los momentos que se vivían, y una palpable evidencia de que la música forma parte primordial del bagaje humano sin el cual es más difícil vivir.

Para ser perfecta, a la ceremonia lo único que le faltó fue que, en la impecable ficción, la Reina Isabel se hubiera tirado en realidad en paracaídas, a pesar de su edad. Los británicos habrían rugido. Don Juan Carlos probablemente lo habría hecho.

Es de agradecer que, desmantelada y en ruina, haya sido TVE la encargada de la retransmisión televisiva. ¿Se imaginan ustedes que lo hubiera sido cualquier cadena privada con cortes de diez minutos de publicidad cada cuarto de hora? También merece elogio grande que no se coló ni un segundo de publicidad estática durante todo el espectáculo. En ese sentido, esas cuatro horas nos alejaron de la paranoia de la publicidad en el mundo actual y en nuestras vidas. Fuimos libres durante cuatro horas.

Por fin algo bueno: la hermosura de la inocencia, la exaltación de la belleza, la simplicidad de lo puro, el algoritmo del tiempo.

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A propósito: No me enteré de si Siria desfiló y participa. ¿Alguien puede decírmelo?

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