Puntadas sin hilo

El Estado (lamentable) de la Nación

Hubo un chiste-viñeta antiquísimo y maravilloso del gran humorista Tono en el que un médico visitaba a un enfermo en la cama y consultando un libro le decía: ‘Pues según pone aquí, usted tendría que estar muerto’. Es lo mismo que le ocurre a nuestra nación, que no está muerta, sino que está de parranda. La parranda de la existencia de dos trincheras enfrentadas, una en la que están los ciudadanos y otra en la que están sus representantes políticos, la parranda de la economía tambaleante y de castigo seleccionado con alevosía, la parranda de la corrupción por doquier, y hasta la de los independentismos crecidos. No está muerta, pero casi, según dice el libro de la Constitución.

Los políticos son vistos como enemigos. ‘Son todos iguales’, se dice injustamente. Pero el hecho de que los que no lo son no se alcen frontalmente y con brío contra quienes sí lo son, los hace entrar en la nómina de la igualdad. No son nuestros amigos, no son nuestros defensores, los ignoramos, los despreciamos, se constituyen en guetos, el gueto de la política. Ello lleva a un evidente debilitamiento democrático.

Todos los años se representa en el Parlamento un entremés nada cervantino, al que cada vez los ciudadanos prestan menos atención, por conocidos su argumento, desarrollo y desenlace: la inepcia, la búsqueda del ganador como única meta, la elusión de responsabilidad alguna, el obstáculo saltado, la Sinfonía de las Buenas y a la vez Torpes Palabras, que todos las saben y sabemos vacías de contenido y futuro. Es como unos ejercicios espirituales fracasados, la eliminatoria perdida de la Champion democrática.

La red de poder que en todos los órdenes ha conseguido establecer el Partido Popular en España es tan sólida e inmune que imposibilita el menor desarrollo democrático y aboca a los españoles a la resignación. Cuentan con la ayuda, por no decir exigencia, del poder económico, eclesiástico, y, lo que es más grave, social. Lo dominan todo. Han situado las piezas del ajedrez de la política y de la vida con gran maestría y sin bulla. Y sin presumir de listos ni hacer alardes. Son capaces de resistir firmes el descrédito que arrasa España sin que sus posiciones ideológicas y políticas se resientan. Aznar era un caudillo y como tal lo centró más en la importancia de su figura bruta y abrupta. El actual PP, por el contrario, ha fraguado una estructura, una armazón de equipo imbatible. Ante unos escándalos de corrupción tan graves y evidentes, sus peones de defensa y propaganda lo amortiguan y justifican todo. Y, ¿cómo es lógico?, la gente discrepante se cansa y se refugia en la imposibilidad de actuación correctora, añorando la ruptura que desean, al no poder ser rebelión.

A la red le da igual que una ministra esté en el punto de mira y descrédito del 80% de los ciudadanos, de ellos el 72% de sus propios votantes, o que otro o el mismo 80% considere un fraude del Gobierno la amnistía fiscal. O que el 78% considere que el PP ha manejado dinero negro, que el 76% estime que pagó sobresueldos en B, y que el 67% opine que Rajoy cobró e intervino en el reparto, y que el 62% crea que Bárcenas es el autor de los famosos papeles. Ni que la sanidad, tan arduamente conseguida, se desmorone. O que la educación continúe con su secular retraso; a ellos le basta con la suya.

No piensan ni en una sola medida de regeneración, todo lo posponen, ¿para qué les hace falta? La Constitución está bien, la monarquía está bien, las autonomías están bien, la represión es la bastante y precisa.

Nos han convertido en ciudadanos obedientes, sin capacidad de reacción, sin ‘pensar existiendo’, que diría el pregonero de pueblo fan de Descartes de José Mota. Basta con vivir como sea.

Hasta el único resquicio por el que se pudiera minar la red, la libertad de expresión, lo tienen abrumadoramente contrarrestado con la legión de desactivadores profesionales de tal libertad. Resulta impresionante el número de zapadores en los medios de comunicación. Y sin embargo, aún, la libertad de crítica y expresión es lo único que todavía nos diferencia de un sistema dictatorial.

Por eso aún es posible decir que un debate sobre el Estado de la Nación en tales condiciones resulta inútil e insultante para la confianza de los ciudadanos en la democracia. Han emigrado a la indiferencia. Se puede escribir, antes de que comience, la crónica fidedigna del debate y del resultado.

No se sabe si el enfermo de Tono se curó.

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Gota INAUDITA: Comienza la avalancha de demandas y querellas del Partido Popular contra todo bicho viviente que les incomode. Se debería cerrar el Congreso de los Diputados y pasar toda su actividad a los juzgados, pero no hoy en que paradójicamente los jueces de toda España están en huelga.

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